EL SEXTANTE
Por Adolfo González
“Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar.”
Ernest Hemingway
Llevábamos viendo cómo el gobierno de Claudia andaba presumiendo en medios hace días de que las redadas de Los Ángeles y todo lo que las siguió habían alterado su agenda en el G7. Que la migración y las remesas iban a estar antes que los aranceles. La cumbre iba a ser el escenario del primer encuentro presencial entre Sheinbaum y Trump, con los mencionados asuntos como temas prioritarios. Pero hete aquí que a Donald le han acuciado otros asuntos, y se ha marchado con viento fresco antes de la llegada de la mandataria mexicana, que se ha quedado lamentándose después de lo que pudo haber sido y no fue. Y si, es de lamentar que Claudia no haya sido más prudente en lugar de enzarzarse en un intercambio de declaraciones y en una generación de expectativas cuya culminación iba a ser el G7, que al final no ha sido más que una especie de viaje a ninguna parte.
Sin entrar, por cuestiones de espacio y por no aburrir, en una revisión exhaustiva de todo lo dicho por la presidente en los últimos días, quedémonos con lo declarado justo antes de partir hacia Canadá: “Vamos al G7 a defender a los mexicanos”, en una reunión con Trump que definió como “probable”. Ah caray. Al final, aparte del desprecio del presidente de USA, la sensación que queda es que habló mucho pero hizo poco, y quizá esa es una de las herencias envenenadas de AMLO, porque no todo el mundo es capaz de manejar unas verborreicas mañaneras tapando cada cinco minutos lo dicho hace diez. Lo dije e insisto en ello: en situaciones de crisis, un político hábil es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras, que deben ser extremadamente calculadas y responsables, y a ser posible mantener la distancia y el control. No le está yendo bien a Sheinbaum en esta crisis al otro lado del río, y lo malo es que la consecuencia inmediata es que tampoco les vaya bien a quienes viven el problema en primera persona: los mexicanos a los que decía iba a defender.
Tuve el placer de escuchar, hace pocos días, una entrevista de Raúl Monter al Dr. Alfredo Cuéllar, residente en California y primer mexicano que enseñó en Harvard. En ella, con máxima lucidez, vaticinaba que Claudia, en su pretendido encuentro con Trump, tenía mucho que perder y poco o nada que ganar. Y estuve de acuerdo en algo esencial: calladita se ve más bonita. Un individuo como Trump, que busca notoriedad y vive de la confrontación, probablemente perseguía avasallar públicamente a Sheinbaum, o, en su defecto, dejarla en ridículo, como así ha sucedido. Poca ventaja se sacaba de un intercambio de golpes, menos se iba a sacar de la entrevista, y ahora Claudia se quedó compuesta y sin novio. Cuando se trata con tahúres pasan estas cosas si no se anda muy, pero que muy en la jugada. Esperemos que, ya que no se ha ganado, al menos se aprenda.
También el Dr. Cuéllar nos regaló un artículo este lunes sobre su propia experiencia en las protestas “No Kings” del pasado domingo, que describió viva y emotivamente en primera persona. Estas manifestaciones son la respuesta de una comunidad atacada por una retórica agresiva y un trato vejatorio, y es ahí, con los connacionales, donde debe articularse la respuesta ordenada e inmediata del gobierno de México. Y de nuevo coincido con Cuéllar en lo esencial del papel de los consulados, tantos años, décadas, abandonados. Atender el México de más allá del río es una obligación moral e institucional que el México de este lado debe articular desde ya. Eso sí será marcar la diferencia, porque pensar que con razonamientos se puede razonar con la sinrazón (valga la casi fea redundancia) es vana ilusión y loco empeño.
El lema de las protestas, “No Kings”, es muy acertado porque incide directamente en la personalidad de una oleada de líderes que asolan el panorama internacional, uno de los cuales es evidentemente Trump, pero no el único. No entraré en debates sobre monarquía o república, salvo decir que algunos de los países más prósperos y estables del mundo son lo primero (por ejemplo, la tantas veces puesta como ejemplo Dinamarca). Lo que no entienden estos políticos que se creen reyezuelos es que el factor principal de la estabilidad de las monarquías constitucionales es precisamente la discreción, la prudencia y el papel institucional de los monarcas. Nunca la notoriedad, y menos la intervención, siempre la moderación. Por eso Trump, y otros como Trump, suelen ir como elefantes en cacharrería. Ese es el problema: la megalomanía, el delirio, el desatino.
La aparición de estos mandatarios, entre los que se contaba AMLO, lleva aparejada un inevitable deterioro institucional, que es heraldo de un destrozo económico, como ya demostró el premio Nobel turco Daron Acemoglu. Y cada vez es más frecuente ver en cargos de poder a personajes con aparentes, y a veces demostradas, patologías mentales. Trump no es el único: acá en España padecemos al psicópata narcisista Pedro Sánchez que, acosado por la corrupción en su partido, en su gobierno y en su familia, dio nulas explicaciones en una conferencia de prensa que cortó abruptamente con la siguiente frase: “Son las cinco y no he comido”. Quizá el señor Sánchez se crea también rey, pero se haya confundido de referencia y piense en Lusito Rey, el padre de Luis Miguel, que seguramente actuaba con más decoro y más respeto que este sátrapa que desgobierna España. Este es el nivel. Tenemos un problema serio y muy peligroso, en todo el mundo, de descrédito y de corrupción institucionales, propiciados por unos líderes indignos de su puesto y del poder que ostentan. De momento, Claudia Sheinbaum no se está manejando bien en este ambiente viciado. Le urge un cambio de estrategia.