Códigos de poder
David Vallejo
En los últimos años, Texas dejó de ser un estado periférico para convertirse en el epicentro donde se están tomando las decisiones más importantes de la economía tecnológica mundial. Lo que antes era territorio de petróleo y ranchos hoy es laboratorio de la inteligencia artificial, los semiconductores, el espacio y la manufactura avanzada. Y las cifras hablan solas.
Ahí está Tesla, con Giga Texas que abarca más de 2,500 acres, una planta valuada en más de diez mil millones de dólares, sede global y motor de miles de empleos.
Ahí está Samsung, con casi 18 mil millones invertidos en Austin y un nuevo megaproyecto en Taylor estimado ya en 37 mil millones, respaldado por 4.7 mil millones del CHIPS Act y por 250 millones del Texas Semiconductor Fund, además de incentivos locales.
Ahí está SpaceX, que convirtió Boca Chica en Starbase, un puerto espacial privado donde despegan los cohetes Starship y donde la vida económica gira alrededor de la empresa.
Ahí está OpenAI con Stargate, su infraestructura de centros de datos colosales que busca alcanzar hasta 500 mil millones de dólares en inversión en Estados Unidos, con Texas como sede insignia dentro de un plan que podría sumar 7 gigavatios de capacidad.
Ahí está Google, con más de quince años de operación y una expansión anunciada de 40 mil millones de dólares para centros de datos de nube e inteligencia artificial en condados como Armstrong y Haskell.
Y ahí está Meta, con un centro de datos en El Paso proyectado para escalar hasta un gigavatio, una de las mayores obras del país.
La pregunta es evidente. ¿Por qué Texas?
Porque ofrece una ecuación rara en un mundo que se encarece, una combinación de energía abundante y barata con gas natural en cantidades masivas, el mayor parque eólico de Estados Unidos y una expansión solar en crecimiento acelerado. La tarifa comercial ronda los 9 centavos por kilovatio-hora, frente a un promedio nacional arriba de 13, una ventaja decisiva para cualquier empresa que opera centros de datos que consumen gigavatios permanentes.
El segundo factor es la política fiscal. Texas carece de impuesto estatal sobre la renta personal y corporativa, mantiene una estructura tributaria baja y emplea incentivos como el Texas Enterprise Fund, las antiguas exenciones del capítulo 313 y los programas específicos para semiconductores y centros de datos, de modo que inversiones de cientos o miles de millones ingresan con costos fiscales reducidos durante los años más intensivos.
A esto se suma el territorio. Texas conserva algo que Silicon Valley y gran parte de la costa este perdieron, enormes extensiones de tierra bien conectadas, cercanas a líneas de alta tensión, carreteras, agua e infraestructura crítica. Un campus de servidores que requiere cientos de acres o una gigafactoría de autos eléctricos encuentra ahí espacio, velocidad regulatoria y costos razonables.
La siguiente pieza es la geografía económica. Texas ocupa el corazón del T-MEC, con cadenas regionales que integran proveedores, ensambladoras y centros de investigación a ambos lados de la frontera. Tesla une Austin con Nuevo León, Samsung produce chips automotrices para Tesla desde Taylor, OpenAI y Google atraen proveedores de infraestructura digital. Cada proyecto crea un campo gravitacional que atrae talento, inversión y nuevas industrias.
La clave final es la cultura regulatoria. Texas se presenta como un estado donde las cosas avanzan con rapidez. La flexibilidad de su estructura energética permite acuerdos privados de suministro eléctrico para centros de datos y los gobiernos locales compiten por atraer proyectos. La combinación de experiencia en semiconductores, manufactura y tecnología sostiene un ecosistema que se fortalece a sí mismo.
Mientras otros estados enfrentan tarifas eléctricas al alza, tierra escasa, tensiones comunitarias y marcos regulatorios rígidos, Texas ofrece una mezcla que para un gigante tecnológico resulta decisiva: electricidad abundante, impuestos bajos, terreno accesible y un gobierno que incentiva la velocidad.
Por eso la infraestructura que sostiene la era de la inteligencia artificial, los chips avanzados, los autos eléctricos y los cohetes a Marte se está construyendo ahí. Cuando uno observa el mapa de la economía del futuro, la nube, los semiconductores y el espacio ya tienen una geografía definida.
El nombre es claro.
Se llama Texas.
Y la oportunidad para Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila puede ser inmensa.
¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto, si la IA y los servidores que sostienen el porvenir lo permiten.
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