Códigos de poder
Placeres culposos
La complejidad económica es un espejo fiel de las capacidades profundas de un país. Durante años se pensó que bastaba con medir la diversidad de lo que se exporta, como si la riqueza estuviera en la cantidad de productos. Pero la diversidad solo cuenta, no explica. La complejidad, en cambio, revela lo que hay detrás: el conocimiento necesario para fabricar bienes sofisticados, la red de capacidades productivas que no se improvisa, la acumulación de instituciones, técnicos, ingenieros y cadenas de valor que dan sustento a una economía capaz de ir más lejos.
Por eso Harvard desarrolló el Índice de Complejidad Económica. Es un indicador distinto, porque predice el futuro con asombrosa precisión. Los países que ocupan los primeros lugares tienden a crecer de manera sostenida, a generar empleos de calidad, a innovar y a resistir mejor las crisis. La diversidad por sí sola muestra la superficie; la complejidad muestra la raíz.
México ha recorrido un trayecto singular. Durante décadas se concentró en materias primas y manufacturas de bajo valor. Hoy se ubica en el puesto 17 del mundo, según la última actualización del Atlas de Complejidad Económica de Harvard. Este ascenso no es menor: en 2012 estaba en el lugar 26, en 2022 en el 22, y en pocos años escaló hasta consolidarse entre las veinte economías con mayor sofisticación productiva del planeta. Es el país de América Latina que mejor refleja este salto, por encima de Brasil, Panamá o Costa Rica, y se coloca como líder indiscutible de la región en este campo.
Ese avance se entiende en el terreno. México se ha convertido en referente en sectores como el automotriz avanzado, la petroquímica, la industria aeroespacial, la electrónica, los dispositivos médicos y las energías limpias. No se trata de ensamblar, sino de producir con conocimiento: autopartes para vehículos eléctricos, componentes de aviones, circuitos integrados, tecnología de precisión. En estados como Nuevo León, Querétaro, Guanajuato, Aguascalientes o Coahuila se despliegan clústeres que empujan hacia arriba el indicador y reflejan un país que se mueve hacia la frontera tecnológica.
La complejidad ofrece algo más que un diagnóstico: muestra oportunidades. El product space revela los sectores cercanos a lo que México ya domina, y ahí se abre un camino hacia los semiconductores de nueva generación, la biotecnología, los servicios digitales especializados. El país no está condenado a saltar en el vacío, sino a avanzar de rama en rama dentro de un árbol de conocimiento que ya ha comenzado a escalar.
El reto consiste en transformar este potencial en política pública clara. Articular universidades y empresas, invertir en investigación aplicada, formar capital humano especializado, expandir la sofisticación hacia el sur y sureste, fortalecer clústeres regionales y asegurar financiamiento para innovación. La complejidad señala la ruta, pero recorrerla requiere visión de largo plazo y constancia. Actualmente la Secretaría de Economía que preside Marcelo Ebrard empuja en esa dirección cuál Sísifo feliz, sin un destino inútil y más bien con esperanza.
México ocupa un lugar privilegiado. Su ascenso en el índice de Harvard confirma que ha sembrado capacidades que empiezan a dar fruto. Convertir esa complejidad en bienestar y en empleos de calidad es la tarea de nuestra generación. Porque el futuro no se define solamente en la abundancia de lo que exportamos, sino en la profundidad de lo que sabemos crear.
¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA o la roca de Sísifo no nos aplasta.
Placeres culposos: El último álbum de Adam Blackstone, Humble Magic…joya.
Un carbón que en miles de años se convertirá en un bello diamante para Greis y Alo.