EN SÍNTESIS
La reciente renuncia de James E. Ryan, presidente de la Universidad de Virginia (UVA), ha encendido las alarmas sobre el futuro de la diversidad, la equidad y la inclusión, conocidas en los EE.UU. como (DEI) por sus siglas en inglés Diversity, Equity, and Inclusion en la educación superior de Estados Unidos. No es sólo un cambio de rector: es la muestra de cómo la Micropolítica se despliega en cada espacio de poder, desde una junta universitaria hasta la Corte Suprema.
Éxitos reales y el modelo Harvard
Si una universidad encarna el impacto tangible de las políticas DEI, esa es Harvard. Su apuesta por la inclusión de minorías étnicas, estudiantes de primera generación y comunidades históricamente excluidas no sólo ha elevado estándares académicos: Ha reforzado su legitimidad como institución de movilidad social y pluralidad intelectual.
El prestigio de Harvard se construye también en estos cimientos: Diversidad de pensamiento, talento global y una comunidad que refleja un mundo interdependiente. Eso explica por qué ha sido uno de los principales blancos de la nueva ofensiva política. Es difícil no encontrar en cada país del mundo un egresado de Harvard en una prominente posición.
La batalla legal y la incógnita de las cortes
A diferencia de la Universidad de Virginia conocida en inglés por UVA —una universidad pública más expuesta a la presión directa de la Casa Blanca y los gobiernos estatales— Harvard ha optado por la vía legal: Ha interpuesto múltiples demandas para bloquear restricciones federales que buscan desmantelar programas DEI y limitar el acceso de estudiantes internacionales.
Pero la gran pregunta es: ¿Ayudarán las cortes judiciales a sostener este modelo o terminarán alineándose con Trump?
Las señales son mixtas. Por un lado, jueces federales en instancias inferiores han emitido fallos que reconocen la autonomía universitaria para establecer criterios de admisión y programas de inclusión. Por otro, la actual composición de la Corte Suprema, mayoritariamente conservadora, ya demostró con la anulación de la acción afirmativa en 2023 que puede reinterpretar precedentes para favorecer políticas de restricción.
Harvard, como otras universidades de la Ivy League, tiene recursos y redes de exalumnos para prolongar litigios por años. Pero el clima político apunta a una judicialización prolongada, costosa y con resultado incierto.
No olvidemos que actualmente, John Roberts (Presidente de la Corte); Elena Kagan,
Neil Gorsuch, Katanga Brown Jackson, todos son egresados de la Escuela de Leyes de Harvard. Por más que se sientan comprometidos -ideológicamente-, no les ha de gustar esa hostilidad injusta contra su alma mater del Doctorado en Jurisprudencia (en los Estados Unidos los grados de Leyes sólo son Juris Doctor, o sea Doctorados en Jurisprudencia), a diferencia de otras naciones como México donde se es licenciado a nivel de licenciatura.
Micropolítica: El verdadero campo de batalla
Frente a esta amenaza, la Micropolítica demuestra que el poder no está solo en los tribunales. Se ejerce también en los pasillos de cada campus, en cada comité, en cada docente que defiende la evidencia de que la diversidad es fortaleza y no debilidad.
Cada decisión aparentemente pequeña —un correo de respaldo de exalumnos influyentes, un donativo condicionado a mantener programas DEI, una protesta estudiantil, una columna bien escrita— forma parte de una red micropolítica de resistencia.
Opciones Micropolíticas para Resistir
- Blindar la narrativa: Harvard y otras universidades deben amplificar datos y testimonios que prueben que la pluralidad mejora la educación, la investigación y la proyección internacional.
- Fortalecer alianzas: Redes con gobiernos estatales, asociaciones civiles, y empresas que valoran la diversidad en la fuerza laboral.
- Apoyar a rectores y juntas valientes: La UVA demostró que, sin respaldo comunitario, la presión política gana.
- Litigar estratégicamente: Defender la autonomía académica en todas las instancias, sabiendo que cada fallo crea precedentes para otras universidades.
Lo que resulta inadmisible en este momento es claudicar o doblegarse sin resistencia frente a las imposiciones de Trump. Puede haber espacio para una negociación táctica que gane tiempo, pero sin perder de vista una verdad demostrada por su historial como empresario, candidato y gobernante: Trump no cede, sólo pospone. Ceder sin estrategia clara sería regalarle la narrativa y debilitar el precedente. Hoy más que nunca, la clave es resistir con inteligencia, mantener la autonomía académica y sostener la pluralidad como un valor irrenunciable.
Todo cuenta en la micropolítica
La Micropolítica nos recuerda que cada persona, cada aula y cada decisión cuentan. Hoy, más que nunca, es momento de ejercerla.
Pero como bien señala alguien a quien aprecio y respeto profundamente, Emiliano Hernández Camargo, resulta difícil comprender la jugada completa de Trump: No se limita a movilizar a su base electoral más conservadora, sino que dispara escopetazos contra una diversidad de “enemigos”, incluidas universidades de prestigio y peso global como Harvard.
Esta ofensiva, aparentemente contradictoria, se vuelve aún más difícil de descifrar porque –como bien observa mi aludido amigo–, “los intelectuales y medios de comunicación con ‘marca’ y legitimidad histórica no siempre están actuando con la fuerza de micropoder narrativo que esta coyuntura exige”.
En otras épocas, cualquier estratega político recomendaría escoger las batallas, priorizar contendientes y medir riesgos con cuidado. Hoy, la apuesta de Trump parece ser polarizar múltiples frentes al mismo tiempo, confiando en que la fragmentación refuerza su proyecto autoritario.
Lo que está en juego
Hoy la Micropolítica se hace visible en la renuncia de un rector, en un litigio de Harvard, en una protesta estudiantil. La administración Trump ha convertido la diversidad en campo de batalla cultural y judicial, legitimando un racismo institucional que no sólo polariza, debilita la capacidad de las universidades para reflejar la pluralidad de la sociedad.
La pregunta ya no es si la diversidad es necesaria –la evidencia lo grita–, sino si tendremos la fuerza micropolítica para sostenerla frente a tribunales, juntas directivas y presiones ideológicas.
¿Estamos listos para responder a esa fragmentación con redes de Micropolítica bien tejidas?
El verdadero desafío no es sólo judicial, sino simbólico: Sostener la pluralidad y la autonomía universitaria requiere que cada voz, cada aliado y cada aula actúen como micro estrategas, escogiendo sus batallas y defendiendo la narrativa de que la diversidad no es concesión, es fortaleza.
La Micropolítica nos recuerda que cada persona, cada aula y cada decisión cuenta. Hoy, más que nunca, es momento de ejercerla.