EN SÍNTESIS
EL GRAN REALINEAMIENTO SILENCIOSO
Donald Trump no sólo ganó la presidencia en 2024. La verdadera victoria fue haber transformado —de forma sistemática y duradera— el paisaje político de Estados Unidos. ¿Cómo fue posible esto? ¿Quiénes votaron por él? ¿Quiénes eran demócratas y se pasaron a apoyarlo? ¿Qué implicaciones tiene todo esto para el futuro de esta nación? Este artículo ofrece algunas respuestas a esas apasionantes preguntas.
Según un estudio reciente del New York Times, Trump logró aumentar su apoyo en 1,433 condados desde 2012, mientras los demócratas sólo avanzaron en 57. Se trata de una reconfiguración estructural del electorado, basada en clase social, nivel educativo y desencanto profundo. Estos tres factores son las puertas para entender lo que ahora pasa, y lo que puede pasar.
¿QUÉ VEN EN TRUMP LOS QUE ANTES VOTABAN DEMÓCRATA?
Con frecuencia los politólogos se ilusionan pensando que la gente es -racional- al votar. Craso error de errores. No es una ideología articulada lo que atrae, sino una sensación visceral de representación. El votante busca -identificarse- con algo o con alguien. Muchos votantes de clase trabajadora, especialmente blancos, afroamericanos y latinos, han migrado hacia Trump por las siguientes razones:
– Lenguaje directo y anti elitista
– Desdén hacia las instituciones tradicionales
– Identificación emocional con un outsider
– Canalización del resentimiento
– Transgresor cultural (romper reglas)
¿QUÉ HA MOSTRADO TRUMP QUE REFUERCE ESA LEALTAD?
– Promesas de identidad más que de resultados
– Estilo de confrontaciones como símbolo de fuerza
– Nostalgia por un pasado idealizado
– Supervivencia simbólica ante ataques legales
¿ES UN CAMBIO HACIA TRUMP O HACIA LOS REPUBLICANOS?
El fenómeno es más personalista que ideológico. Trump es un nuevo héroe (o antihéroe). En muchos condados, la marca ‘Trump’ es más poderosa que la del Partido Republicano. Su presencia es la que moviliza, y sin él en la boleta, muchos temen que el castillo de naipes colapse.
CULTURA DEL TRANSGRESOR: HÉROES QUE ROMPEN LAS REGLAS
Más allá de la política, hay un fenómeno cultural que nutre la lealtad hacia figuras como Trump: la exaltación del que desafía las normas. En el imaginario popular contemporáneo, los héroes ya no son los que obedecen las leyes, sino los que las burlan con astucia. Series como Breaking Bad y Dexter convirtieron en íconos a criminales sofisticados, justicieros solitarios y vigilantes que operan fuera del sistema. Son figuras que, en vez de confiar en las instituciones, toman el poder en sus manos.
EL SISTEMA DE JUSTICIA EN LA SILLA DE LOS ACUSADOS
Este cambio en los referentes simbólicos revela algo profundo: millones de estadounidenses ya no creen en la justicia impartida por el Estado, sino en la justicia hecha a mano propia. Se admira al que evade impuestos, al que negocia para pagar menos, al que se defiende con cinismo de acusaciones serias. Al que agrede a un hispano vendiendo tacos. El que insulta a un pobre por ganarse la vida con un puesto callejero. El que lanza su auto vs una multitud, o el que acribilla a compañeros en una escuela o centro de trabajo. El respeto se ha desplazado del cumplimiento ético al ingenio para evadir sanciones. Ésta es la mejor y gran descripción de lo que ha sido Trump en su vida. La gente quiere ser como él: agredir a mujeres sin que le pase nada, pagar el menor número de impuestos, dejar deudas pendientes, enfrentar la justicia con abogados, negociar para que le den algo a cambio de no atacarlos. La mejor defensa de Trump es la ofensiva.
TRUMP COMO ENCARNACIÓN CULTURAL
En ese contexto, Trump no es una anomalía: es una encarnación cultural. Muchos de sus seguidores no ignoran sus excesos; los celebran como demostración de fuerza, autonomía y “realismo” despiadado. La legalidad ha dejado de ser una aspiración moral y se ha vuelto un estorbo técnico para el éxito personal. Las reglas se cumplen por miedo, no por convicción. Se desprecia al gobierno, se sospecha de la educación, se relativiza la verdad.
POPULISMO AUTORITARIO
Esta erosión del contrato social es el terreno fértil donde florece el populismo autoritario que muestra Trump como estilo de gobierno. Y mientras el sistema continúe sin ofrecer modelos alternativos de éxito con dignidad, millones seguirán abrazando al transgresor que ofrece identidad, pertenencia, y revancha emocional. Dinero, dinero, y más dinero es la nueva religión, la meta, lo único que vale.
EL LÍDER QUE MIENTE, Y AUN ASÍ INSPIRA
Trump es indefendible desde una ética racional, pero cumple con tres condiciones que lo hacen un modelo simbólico:
1. Representa la transgresión aspiracional
2. Ofrece identidad y pertenencia emocional
3. Modela el cinismo funcional como estrategia de poder
¿QUÉ PUEDEN HACER LOS DEMÓCRATAS (SI AÚN QUIEREN GANAR EL 3 DE NOVIMENBRE DEL 2026)?
- Recuperar conexión con la clase trabajadora
2. Renunciar al elitismo performativo
3. Escuchar más que sermonear
4. Crear una narrativa emocional inspiradora
5. Reconstruir presencia territorial - Usar encuestas semanales de menos votantes que proporcionen cartas de navegación política (Dr. Salvador Borrego, autor de esta metodología)
7. Promover todo lo que eduque a los votantes
HARVARD Y LA GUERRA CULTURAL
Para muchos votantes trumpistas, Harvard representa una élite desconectada y arrogante. Se percibe como el semillero de imposiciones culturales, corrección política y desprecio por el ciudadano común. Trump capitaliza ese desprecio y lo convierte en fuerza electoral. Esto explica en gran medida las vendettas y el hostigamiento de Trump y su administración vs Harvard. Esta universidad es un ejemplo. Los partidarios de Trump se sienten distantes y hasta resentidos con Harvard por ser esta formadora de élites. El votante que favorece a Trump odia lo elitista.
MICROPOLÍTICA EN ACCIÓN: TRUMP COMO ESTRATEGA DEL CONFLICTO EMOCIONAL
– Poder de las emociones resentidas
– Poder de la narrativa simple
– Poder del enfrentamiento
– Poder del timing
– Poder del desprecio selectivo
– Poder racional usando encuestas con metodologías que den resultados para mejores campañas
EPÍLOGO
Trump no es una aberración. Es la figura simbólica más reconocible de una fractura social que ha tardado décadas en gestarse. Si la democracia quiere sobrevivir, no basta con defender procedimientos y legalismos. Debe ofrecer emociones genuinas, identidades compartidas y horizontes de dignidad.
No se trata de imitar a Trump, sino de entender por qué ha sido tan eficaz. Su éxito radica en captar el descontento, moldearlo en narrativa y convertirlo en comunidad política. La oposición debe construir un nuevo imaginario: uno donde la esperanza no parezca ingenua, donde la decencia no sea sinónimo de debilidad, y donde cumplir la ley vuelva a ser símbolo de orgullo colectivo. E