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El abismo invisible

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Códigos de poder
David Vallejo

Hay enfermedades que destruyen el cuerpo y otras que desgastan el alma. La ansiedad y la depresión, palabras antes relegadas a los márgenes de la medicina o a las páginas de la literatura trágica, hoy ocupan el centro del escenario global. Se han convertido en epidemias silenciosas, sin fiebre ni sangre, pero con una capacidad devastadora. Atraviesan generaciones, fronteras, idiomas, credos. Habitan tanto en los escritorios ejecutivos como en los cuartos de adolescentes que dejan de hablar. Tanto en los dispositivos más modernos como en las mentes más vulnerables.

En este mundo de pantallas encendidas las veinticuatro horas, la ansiedad dejó de ser un trastorno para convertirse en un lenguaje compartido. Cada mensaje pendiente, cada notificación, cada comparación fugaz en redes sociales genera una presión emocional que antes requería guerras o catástrofes. Hoy basta con abrir una app para sentir la urgencia de no quedar atrás, de contestar todo, de alcanzar un ideal que se mueve más rápido que el tiempo. El silencio, lejos de ser refugio, resulta extraño.

La depresión, por su parte, surge cuando el alma deja de encontrar sentido. Es desconexión, vacío, el vértigo de existir sin raíces. Como escribió Camus, la pregunta fundamental de la filosofía gira en torno al deseo de seguir viviendo. Esa pregunta hoy resuena con más fuerza en millones de jóvenes que sienten que el mundo ofrece todo… menos dirección. El peso de los estímulos, la hiperexposición, el ideal de éxito inmediato y la fragilidad del lazo humano generan un paisaje en el que la tristeza profunda encuentra terreno fértil.

Los datos lo reflejan con claridad: según la Organización Mundial de la Salud, más de 300 millones de personas viven con depresión y al menos 280 millones enfrentan ansiedad. Un estudio global reciente muestra que los adolescentes de la Generación Z reportan los niveles más altos de angustia emocional registrados en décadas. El fenómeno alcanza dimensiones históricas.

Las tecnologías, si bien han abierto espacios para el diálogo y la expresión, también han modificado la arquitectura emocional de la humanidad. La dopamina digital condiciona los circuitos cerebrales de forma profunda. La recompensa constante interrumpe los procesos de contemplación, de espera, de profundidad. Todo sucede en segundos, pero el alma requiere tiempo. Y el tiempo, en este sistema, escasea.

Frente a esto, emergen señales luminosas. La psicología contemporánea ha integrado enfoques más humanos, que combinan neurociencia, espiritualidad y acompañamiento compasivo. La Terapia de Aceptación y Compromiso, el mindfulness aplicado, las comunidades de cuidado emocional, la escritura terapéutica y la conexión con la naturaleza ganan espacio. Incluso algunas tecnologías bien diseñadas, como apps que guían respiraciones, ejercicios de introspección o que detectan crisis tempranas, ofrecen herramientas valiosas. La medicina integrativa y la filosofía práctica caminan ahora de la mano.

Desde la filosofía, surgen respuestas potentes. Aristóteles habló del equilibrio como camino hacia la virtud. Epicuro valoró el placer sereno, lejos del exceso. Kierkegaard se enfrentó al abismo con fe apasionada. Simone Weil escribió sobre la atención como forma de amar. Y cada uno de ellos, en su época, entendió que la libertad interior requiere valentía. La ansiedad y la depresión no son errores personales. Son respuestas complejas a un mundo que muchas veces pierde el rumbo.

¿Qué hacer entonces? Quizás reaprender a estar. Habitar el presente sin exigencias imposibles. Cultivar vínculos verdaderos. Enseñar a los hijos que valen igual quienes brilla en redes que quienes escucha con el alma. Que sentirse vulnerable no implica debilidad. Que llorar forma parte de estar vivo. Que existir no significa acumular, sino comprender.

Este nuevo paradigma comienza en casa, en las escuelas, en las conversaciones lentas. Implica recuperar el arte de aburrirse, de contemplar el cielo, de escribir una carta a mano, de decir “estoy contigo” sin necesidad de solucionar nada. La revolución emocional no se construye con slogans, sino con ternura. Con pausa y profundidad.

Quizá por eso esta columna, más que una reflexión, te la regalo como una invitación a mirar hacia adentro y quedarse ahí, por lo menos, un instante.

¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA lo permite.

Placeres culposos: te invito a leer mi nuevo libro “Cuentos desde el fin del tiempo” disponible en Kindle.

Las gorditas de Don Pedro estilo Jaumave Tamaulipas.

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