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¿Qué es México?

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Códigos de poder

David Vallejo

México es una pregunta que se repite a través de los siglos. Surge en la voz de los pueblos originarios que nombraron la tierra con cantos, en la espada y la cruz que impusieron un nuevo orden, en el mestizaje que nos dio una identidad compleja y contradictoria. México se inventa en las plazas insurgentes con Hidalgo y Morelos, se reinventa con Juárez y la Reforma, se desgarra y renace en la Revolución, se imagina a sí mismo en los murales de Rivera, en la poesía de Sor Juana, en los acordes de un mariachi, en la letra de un corrido, en la rabia de un rock urbano.

Nuestra identidad ha sido, desde el inicio, un espejo quebrado que refleja múltiples rostros: indígenas, mestizos, afromexicanos, migrantes, norteños, costeños y citadinos. Cada fragmento habla de un México distinto, pero todos juntos conforman un mosaico irrepetible. Lo mexicano se sostiene en una tensión viva entre modernidad y tradición, entre lo que aspiramos y lo que llevamos tatuado en la memoria.

Nos une el idioma cargado de giros y metáforas que hacen del habla un territorio propio. Nos une la música que acompaña desde la cuna hasta la despedida, capaz de volver íntimo el dolor y colectivo el júbilo. Nos une el recuerdo de luchas compartidas, la obstinación de sobrevivir a todo infortunio, el arte de transformar cada ruina en punto de partida.

En el centro está la familia. La mesa convertida en refugio, el abrazo de la abuela que guarda secretos en sus silencios, la madre que resiste como columna de fuego, el padre que carga sobre sus hombros la esperanza del día siguiente y los hijos que heredan una historia sin pedirla. Ahí se transmiten plegarias, consejos, recetas, historias de amor y de pérdida. Ahí se forja lo más hondo de la identidad mexicana.

La fe y el misticismo son otro rostro de esa raíz. Una fe que combina templos y montañas, vírgenes y volcanes, letanías y conjuros. Una espiritualidad que canta en las procesiones, que enciende veladoras en cada esquina, que hace de lo invisible un compañero cercano. En México lo divino se confunde con lo humano: el santo convive con el ancestro, la plegaria con la promesa, el milagro con la herida.

México es tragedia y alegría entrelazadas como dos cuerdas del mismo laúd. Es la lágrima en la frente de una madre que despide a su hijo y la carcajada que estalla en medio de la desgracia como acto de resistencia. Es la herida que late y al mismo tiempo se viste de colores para continuar el camino. Es un país que convierte la pena en danza y el luto en celebración.

En el presente, México se mueve entre la velocidad de un mundo global y la raíz profunda que recuerda lo que somos. Un país que crea ciencia mientras conserva ritos ancestrales; que impulsa empresas de vanguardia y, al mismo tiempo, sigue reuniéndose en plazas para contar historias al atardecer. México es laboratorio de contrastes, territorio de mezclas infinitas, espacio donde la tradición dialoga con el porvenir.

Mirar la identidad mexicana es descubrir ternura y fiereza, abundancia y carencia, memoria y reinvención. Es escuchar el eco de los pueblos que siguen vivos en nuestras palabras, y sentir la modernidad empujando con fuerza en cada ciudad iluminada. Es el joven que sueña con viajar lejos y la madre que lo espera con un rezo. Es el campesino que confía en la lluvia y el científico que indaga en los secretos del universo.

El futuro de México está en la capacidad de tejer lo nuevo con lo eterno: en ser modernos sin perder la calidez de la sobremesa, en ser globales sin dejar de ser íntimos y en ser innovadores sin olvidar la raíz espiritual que da sentido. La identidad se crea a diario en cada gesto, en cada palabra, en cada sueño compartido.

México, más que un país, es un sentimiento que oscila entre el dolor y el júbilo, entre la cicatriz y la esperanza, entre la herida abierta y la promesa de renacer. Es un canto que jamás se apaga, un río que fluye hacia el porvenir, una historia que se escribe a cada instante.

Y a quienes aún vendrán, México les entrega un juramento: que cada generación será guardiana de esta tierra sagrada, que cada herida se volverá semilla y que cada voz añadirá un tono nuevo al canto común. Porque este país se despliega como horizonte, se afirma como destino compartido y se eleva como promesa que arde en el corazón de sus hijos…todo esto es mi país, México.

¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA y el mezcal lo permiten.

Soundtrack para la ocasión: México en la piel, Luis Miguel; Hasta la raíz, Natalia Lafourcade; México lindo y querido, Alejandro Fernández; México Americano, Los Tigres del Norte; Hoy hace un buen día, Fernando Delgadillo; Frijolero, Molotov; Los dioses ocultos, Caifanes; Triste canción, El Tri; Ojalá que llueva café, Café Tacvba (Juan Luis Guerra); y, La Llorona, Chavela Vargas.

Ate con queso y trolelote o esquite para Alo y Greis.

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