Códigos de poder
David Vallejo
La inteligencia artificial actualmente representa el núcleo de la competencia entre potencias. La contienda que se libra además del terreno de la diplomacia, los mercados o la defensa tradicional, está en la infraestructura que sostiene al cómputo y en la rapidez con la que cada país logra traducir ciencia en productos, regulación en certidumbre y visión en influencia global.
Estados Unidos conserva el liderazgo en la frontera de los modelos fundacionales. La magnitud de su inversión privada resulta contundente: más de 109 mil millones de dólares en 2024, una cifra diez veces superior a la registrada en China. Las grandes tecnológicas estadounidenses operan con un músculo financiero que les permite construir centros de datos a una escala sin precedentes. Microsoft, Alphabet y Google se disputan récords de gasto de capital, con planes de expansión que comprometen decenas de miles de millones de dólares en infraestructura energética, redes y servidores. Esa abundancia sostiene la existencia de laboratorios como OpenAI, Anthropic, Google DeepMind y Meta, capaces de lanzar modelos que marcan la pauta global. El AI Index 2025 de Stanford documenta que en Estados Unidos se produjeron 40 modelos “notables” frente a 15 en China, lo que refleja una ventaja clara en volumen y calidad de investigación aplicada.
China responde con una estrategia distinta. Allí la prioridad radica más allá del número de modelos de frontera, sino en la capacidad de escalar aplicaciones en todo el entramado industrial y social. Baidu ha elevado a cientos de millones los usuarios de ERNIE, mientras Alibaba, con su familia Qwen, coloca modelos competitivos que integran comercio, pagos digitales, logística y gobierno electrónico. Esa visión de “aplicación primero” convierte cada avance en una herramienta que impacta de inmediato en la vida cotidiana y en los sectores productivos. A la vez, China lidera en publicaciones científicas y patentes de IA, lo que consolida su peso como centro de conocimiento y como incubadora de talento.
La diferencia crucial se ubica en el hardware. Washington mantiene controles de exportación que limitan el acceso de Pekín a las GPU más avanzadas. Con ello protege su supremacía en cómputo de frontera y en la cadena de valor de semiconductores, donde alianzas con Países Bajos y Japón garantizan el dominio de equipos esenciales para la manufactura. China acelera alternativas domésticas como el Ascend 910C de Huawei y refuerza su producción local. La escala sigue por debajo de la capacidad estadounidense, aunque suficiente para alimentar buena parte de su ecosistema interno. Además, acuerdos recientes que permiten ventas condicionadas de chips han abierto un resquicio de alivio que, de consolidarse, podría impulsar a las empresas chinas a entrenar modelos más ambiciosos.
En el terreno regulatorio, China avanza con una disciplina singular. Desde 2021 ha emitido normas para algoritmos de recomendación, medidas sobre síntesis profunda y lineamientos interinos para servicios de IA generativa que establecen trazabilidad, registros y autorizaciones oficiales. Cada despliegue público de modelos pasa por filtros regulatorios que buscan preservar la soberanía digital y la seguridad nacional. Estados Unidos, por su parte, refuerza la gestión de riesgos con el Executive Order 14110 y con el AI Risk Management Framework del NIST, mientras la OMB obliga a las agencias federales a mantener inventarios de sistemas algorítmicos y mecanismos de mitigación. Ambas potencias fijan estándares que exportan hacia terceros: China con su énfasis en control y despliegue, Estados Unidos con su insistencia en transparencia y pruebas de seguridad.
El impacto económico también sigue rutas diferentes. La economía estadounidense recibe un impulso directo con la ola de inversión en centros de datos y energía, lo que multiplica empleos, financiamiento e innovación. China, en cambio, promueve el plan “AI Plus” que busca transformar manufactura, robótica y servicios, y proyecta comercializar cómputo excedente tras el auge de centros de datos locales. Así, Estados Unidos multiplica su capacidad en la frontera de los modelos y China penetra en profundidad su aparato productivo.
En materia de defensa, Washington avanza con programas como Replicator, que busca desplegar sistemas autónomos en enjambres a gran escala, mientras Pekín desarrolla la noción de “guerra inteligentizada”, con mando y control asistidos por IA y simulaciones sintéticas de entrenamiento. Ambos enfoques tienen consecuencias civiles: desde logística y transporte hasta movilidad autónoma y sistemas de predicción de crisis.
La pregunta inevitable es quién dominará la inteligencia artificial en los próximos años. La respuesta exige matices. Estados Unidos se mantiene en ventaja en modelos de frontera, en capital, en disponibilidad de cómputo avanzado y en plataformas globales. Esa combinación proyecta un liderazgo sostenido en un horizonte de tres a cinco años. China, en cambio, se acerca en calidad, lidera en adopción masiva, construye marcos regulatorios integrales y despliega hardware propio que fortalece su independencia. Esa arquitectura la convierte en potencia indiscutible en la transformación de su industria interna y en la proyección de normas alternativas al sistema occidental.
La hegemonía futura no dependerá de un vencedor único. Estados Unidos marca el paso en ciencia de modelos y en plataformas con alcance planetario. China avanza hacia el dominio de la adopción a gran escala, con un impacto directo en su economía y su capacidad de influencia. En un contexto donde Donald Trump gobierna nuevamente con una agenda proteccionista, los controles de exportación y los ajustes comerciales determinarán el pulso de la carrera. Lo que está en juego además de la supremacía tecnológica está en la capacidad de cada bloque de imponer sus estándares, expandir su influencia y reconfigurar el mapa del poder global.
La inteligencia artificial se ha convertido en el idioma del futuro. Estados Unidos lo escribe desde la frontera científica. China lo habla desde la escala productiva. El desenlace se definirá en el terreno invisible de la infraestructura, la energía, los datos y las normas que cada uno logre imponer. Allí se juega la hegemonía de la próxima década y quizás más.
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