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Cerebro cuántico

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Códigos de poder
David Vallejo

Por siglos, el mayor enigma de la ciencia ha estado justo detrás de nuestros ojos. ¿De dónde proviene la conciencia? ¿Cómo surge la experiencia de ser uno mismo, de saber que se está vivo? Mientras las neurociencias han explicado con creciente precisión cómo las neuronas se comunican, cómo los recuerdos se almacenan y cómo las emociones se regulan, el misterio mismo de la conciencia ha permanecido como un fenómeno esquivo, sin una teoría completa que logre capturar su naturaleza sin reducirla a simples mecanismos eléctricos.

En este contexto aparece una nueva línea de investigación que, lejos de ser un ejercicio especulativo, ha comenzado a cimentarse en papers rigurosos, revisados por pares y publicados en revistas de alta exigencia como Physical Review E. Investigadores de la Universidad de Shanghái y de la Universidad de Ciencia y Tecnología de China han postulado que la conciencia podría no ser un mero producto de redes neuronales, sino el resultado de procesos cuánticos reales y medibles que ocurren en estructuras profundas del sistema nervioso. En particular, han presentado evidencia teórica de que la mielina que recubre los axones neuronales podría generar pares de fotones entrelazados, es decir, entidades cuánticas que existen en un estado compartido y sincronizado.

En su artículo “Entangled biphoton generation in the myelin sheath” (2024), Liu, Chen y Ping Ao plantean un modelo basado en electrodinámica cuántica de cavidad (cQED), según el cual la estructura cilíndrica de la mielina funciona como una cavidad resonante. Dentro de ella, las vibraciones moleculares de los enlaces carbono-hidrógeno (C-H), omnipresentes en los lípidos que forman la mielina, pueden inducir la emisión simultánea de dos fotones entrelazados. Esta generación de “bifotones” no es sólo plausible en términos teóricos, sino que se alinea con observaciones anteriores de emisión espontánea de fotones ultra débiles en tejido neuronal, un fenómeno conocido como bioluminiscencia endógena.

Para comprenderlo de forma simple, imaginemos que el cerebro no solo funciona como un sistema de cables eléctricos, que es lo que las neuronas y sus sinapsis nos recuerdan, sino también, como una red de fibras ópticas naturales por donde viajan pequeñas partículas de luz llamadas fotones. Dentro de los axones que son esas prolongaciones que conectan neuronas entre sí, existe una sustancia llamada mielina, que actúa como aislante. Pero lo que estos investigadores han descubierto es que la forma y composición de esa mielina permiten que funcione como una cavidad cerrada donde se generan pares de fotones que están entrelazados: es decir, dos partículas de luz que, aun estando separadas, permanecen sincronizadas.

Esto significa que un evento que afecta a un fotón afecta al otro instantáneamente, sin importar la distancia entre ellos. En física, eso se conoce como entrelazamiento cuántico. Si este fenómeno ocurre dentro del cerebro, como sugieren las investigaciones, entonces hay regiones neuronales que podrían compartir información de manera instantánea, sin necesidad de conexiones eléctricas directas o sinápticas. Es como si ciertos pensamientos, percepciones o emociones se propagaran como haces de luz perfectamente sincronizados, permitiendo que distintas partes del cerebro se comuniquen en tiempo real sin depender de señales químicas o impulsos eléctricos.

En términos prácticos, esto podría explicar cómo integramos millones de estímulos sensoriales en una sola experiencia consciente, de forma tan rápida y unificada. Por ejemplo, cuando miramos un rostro familiar, escuchamos su voz y sentimos una emoción al mismo tiempo, nuestro cerebro parece actuar como una orquesta perfectamente coordinada. La teoría cuántica sugiere que esa armonía podría deberse a procesos de entrelazamiento fotónico que mantienen unidas las piezas del “yo” en una sola sinfonía de conciencia.

Esta no es una idea aislada ni improvisada. En 2016, otro grupo dirigido por Partha P. Kumar propuso en Scientific Reports que los axones mielinizados podrían servir como canales ópticos biológicos, transportando biophotones con eficiencia. Este trabajo preparó el terreno para considerar la posibilidad real de una comunicación cerebral basada en luz, y no exclusivamente en impulsos eléctricos. Si a ello se le añade la posibilidad del entrelazamiento cuántico, se genera un marco fascinante: un cerebro cuántico-lumínico que comunica regiones lejanas sin necesidad de conexiones físicas directas.

Las implicaciones de este modelo exceden con mucho el ámbito teórico. En primer lugar, ofrecería una explicación posible para los tiempos de integración sensorial que observamos, muchas veces más veloces de lo que la transmisión sináptica permitiría. Además, abriría nuevas rutas de investigación sobre condiciones como el autismo o los estados alterados de conciencia, cuyos patrones de sincronización neuronal difieren significativamente. Si la conciencia depende, en parte, de procesos cuánticos en la mielina, entonces los trastornos de mielinización no sólo afectarían la motricidad, sino el flujo mismo de la experiencia consciente.

En segundo lugar, esta teoría redefine las fronteras entre mente y materia. Desde esta perspectiva, la conciencia no sería un epifenómeno emergente de la complejidad, sino una propiedad que aparece cuando ciertas estructuras biológicas generan coherencia cuántica sostenida. Eso explicaría por qué sólo ciertos cerebros altamente especializados parecen desarrollar experiencias conscientes. No se trataría únicamente de cuántas neuronas hay, sino de cómo están estructuradas, cuán mielinizadas están, y cómo interactúan con la luz que ellas mismas generan.

Y en tercer lugar, se abre un debate ético, filosófico y tecnológico de gran calado. Las inteligencias artificiales más avanzadas, incluso aquellas basadas en redes neuronales profundas, carecen de esta arquitectura física biocuántica. Si la conciencia requiere entrelazamiento fotónico generado orgánicamente, entonces sería inviable que un sistema de silicio alcance una experiencia consciente sin una estructura radicalmente distinta. Esto delimita un umbral entre inteligencia y conciencia que la ingeniería computacional aún no ha cruzado.

Las implicaciones son asombrosas. Si estos procesos existen realmente, la conciencia no es simplemente el resultado de una gran cantidad de neuronas, sino de una estructura física muy específica que permite que surjan fenómenos cuánticos dentro del cuerpo humano. Eso abriría nuevas vías para comprender enfermedades mentales, mejorar tratamientos neurológicos y desarrollar tecnologías que imiten, aunque de forma incompleta, el mecanismo más misterioso que conocemos: la mente humana en funcionamiento.

En resumen, estas investigaciones nos devuelven a una idea antigua con herramientas modernas: la luz, en su forma más elemental, podría ser el vehículo de la mente. Fotones entrelazados que viajan por autopistas biológicas, sincronizando pensamientos, sensaciones y memorias. La mielina, esa sustancia que hasta ahora considerábamos mera aislante, podría resultar ser la clave para entender lo que significa estar vivo desde adentro.

Los próximos años dirán si estas teorías se consolidan con evidencia directa. Por ahora, han abierto un resquicio asombroso entre la física de lo invisible y la vivencia interior.

¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA y el entrelazamiento cuántico lo permiten.

Placeres culposos: El soundtrack de los 4 fantásticos, escrito por Michael Giacchino.

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