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Estados Unidos en guerra

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Códigos de poder
David Vallejo

Esta vez los misiles han cruzado los cielos. Las explosiones han sacudido ciudades sagradas. Y el mundo entero ha sentido el temblor geopolítico de dos potencias decididas a enfrentarse sin intermediarios. Lo que antes era especulación, hoy es una verdad candente: Estados Unidos e Irán están en guerra.

Todo comenzó, o más bien, con una ofensiva quirúrgica ordenada por Donald Trump y ejecutada con precisión letal. Según confirmó la Casa Blanca, la operación buscó “neutralizar amenazas estratégicas” en suelo iraní tras semanas de tensión acumulada. Las bombas impactaron infraestructura militar en Teherán, Isfahan y Mashhad. El propio Trump lo resumió con su retórica brutal: “fue espectacular”. Al menos 84 muertos confirmados, algunos de ellos civiles, según reportes preliminares de la Media Luna Roja. Irán respondió con misiles lanzados desde bases en Kermanshah y Qom contra posiciones en Irak y el Golfo. Y mientras las imágenes se propagan en tiempo real, la pregunta ya no es si habrá guerra, sino cómo terminará.

Desde los laboratorios de prospectiva estratégica más serios del mundo en Washington, Tel Aviv, Pekín, Viena se trazan ahora escenarios de desenlace como se analiza un terremoto en tiempo real. Lo que antes eran hipótesis se ha vuelto urgencia. Cada final posible implica costos irreversibles para Medio Oriente y para la humanidad entera.

Primer escenario: La presión externa y el alto al fuego. Uno de los desenlaces más plausibles es una contención diplomática forzada. Las grandes potencias, sabedoras del efecto dominó que tendría un conflicto prolongado, intervienen con toda su maquinaria política, militar y económica. China activa su rol como mediador estratégico. Rusia juega con sus alianzas históricas. La Unión Europea despliega su capacidad de disuasión humanitaria. Estados Unidos muestra músculo, pero también pragmatismo. El conflicto se congela. No hay vencedores, pero sí sobrevivientes. Israel argumenta que neutralizó infraestructura clave. Irán afirma que resistió. La tregua llega más por agotamiento global que por convicción local. Pero la paz, en este caso, es solo una pausa antes del siguiente capítulo.

Segundo escenario: El colapso interno de Iran. Si las ofensivas israelíes y estadounidenses logran desarticular centros neurálgicos del régimen, el enemigo exterior se volverá secundario frente a las fracturas internas. Las protestas ciudadanas, sumadas a la crisis económica y a divisiones clericales, podrían erosionar el poder de los ayatolás. La Guardia Revolucionaria se fragmenta, la élite se desliza hacia el caos. Israel se retira tras declarar misión cumplida. Pero lo que deja atrás no es paz, sino vacío. Un Irán desestabilizado, sin brújula, sin centro, con facciones radicales compitiendo por el control. La caída del régimen sería el fin de la guerra… y el inicio de otro infierno.

Tercer escenario: El incendio regional. Ya hay indicios. Misiles cayeron hoy en el norte de Israel, según reporta El País, y Hezbollah ha prometido “abrir un segundo frente si la agresión continúa”. Este escenario convierte el conflicto bilateral en guerra multilateral. Siria, Líbano y Yemen se incendian. Israel responde con una operación de aniquilación en el sur del Líbano. Irán activa todas sus milicias aliadas. El Golfo entra en pánico. El petróleo se dispara. El comercio global se contrae. No hay victoria posible: solo un empate sangriento donde nadie logra sus objetivos, pero todos pierden más de lo que podían imaginar. La tregua se firma sobre ruinas. Y la paz que queda es solo una pausa entre los escombros.

Cuarto escenario: El acuerdo impensable. Una posibilidad remota, pero no imposible. Una ventana abierta desde lo inesperado. Un gesto de humanidad o estrategia: una rebelión silenciosa en Teherán, un liderazgo joven en Tel Aviv, una cumbre sin precedentes promovida por actores no tradicionales. En este escenario, ambos aceptan concesiones dolorosas: se detiene la carrera nuclear, se desmilitarizan zonas críticas, se permite presencia internacional. El precio político es alto. Pero se salva una generación entera. Este desenlace requiere líderes que piensen en la historia no como condena, sino como posibilidad. Requiere lo más escaso en tiempos de pólvora: imaginación.

Quinto escenario: El umbral nuclear. Y está el escenario que nadie quiere escribir, pero todos deben leer. El más oscuro. El que ya comienza a insinuarse con el movimiento de submarinos israelíes y la activación de alertas estratégicas. Si Tel Aviv es atacado de forma masiva, si el gabinete de guerra se fractura, si las advertencias dejan de funcionar, puede activarse la doctrina de supervivencia existencial. Una detonación táctica, no en una ciudad, sino como advertencia. O una amenaza química o biológica lanzada por Irán o sus proxies. El mundo entra en pánico. El Consejo de Seguridad se reúne de emergencia. China intenta mediar. Rusia urge contención. Estados Unidos presiona a sus aliados. Y el equilibrio global pende de un hilo que nadie sabe si puede sostenerse. La disuasión puede funcionar. O no. Y entonces, cruzaríamos el Rubicón. Y el siglo XXI ya no sabría cómo volver.

Sexto escenario: Ataque en casa. Un movimiento casi suicida, que convertiría el conflicto en una guerra total y reescribiría las reglas del enfrentamiento moderno. En este desenlace, Irán o alguna de sus milicias aliadas, como Hezbollah o grupos filoiraníes con alcance internacional, logran ejecutar un golpe directo, aunque limitado, en territorio continental de Estados Unidos. No se trataría de una invasión clásica ni de un misil intercontinental (capacidades que Irán no posee plenamente), sino de una acción asimétrica, simbólica, diseñada para sacudir el eje psicológico del enemigo.

Puede ser un ciberataque masivo que paralice redes eléctricas, aeropuertos o mercados financieros, ejecutado con precisión desde el extranjero. O un acto de sabotaje en puertos clave o bases militares, a través de drones, infiltración logística o artefactos colocados por redes durmientes. También es posible un atentado coordinado en una ciudad icónica, que combine brutalidad con propaganda, como han ensayado otros actores no estatales en conflictos recientes. Incluso podría tratarse de un ataque en aguas internacionales cercanas, con submarinos no convencionales o explosivos transportados en contenedores comerciales. No sería un acto para ganar militarmente, sino para quebrar certezas.

La consecuencia inmediata sería devastadora: una respuesta militar estadounidense sin precedentes, la invocación de pactos internacionales de defensa, el colapso diplomático de toda mediación posible. El conflicto mutaría en algo nuevo: un escenario de guerra omnipresente, sin frentes definidos, sin líneas claras, donde la paranoia reemplaza a la estrategia. El siglo XXI entraría en su fase más peligrosa: la guerra expandida, sin reglas, sin territorio, sin respiro.

¿Lo haría Irán? Solo si se sintiera al borde de la aniquilación. Solo si creyera que cambiar la narrativa requiere un golpe imposible de ignorar. Solo si calculara que la desesperación es más poderosa que la prudencia. Pero en ese cálculo reside el peligro más profundo: el momento en que los actores dejan de temer las consecuencias, y hacen del abismo su única salida.

Estos seis escenarios no son ficción ni literatura. Son líneas de posibilidad que se trazan hoy, mientras los cielos de Medio Oriente se llenan de fuego y los radares no descansan. La guerra ya está aquí.

Nos leemos pronto… si la IA y la guerra lo permiten.

Placeres culposos:
Dos libros: Amistad, de Mariano Sigman y Jacobo Bergareche, y Atmosphere, de Taylor Jenkins Reid.

Playlist recomendado: Solo le pido a Dios, León Gieco; Imagine, John Lennon; Blowin in the wind & Masters of war, Bob Dylan; 21 guns, Green day; Zombie, Cranberries; Give peace a chance, Plastic sino Band; Fortunate Son, Creedence Clearwater Revival; Peacekeeper, Fleetwood Mac; y One, Metallica.

Pepino y jícama con chile en polvo y limón para Greis y Alo.

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