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Oriente en llamas

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Códigos de poder
David Vallejo

El conflicto entre Irán e Israel es, en apariencia, una confrontación entre dos naciones. Pero en su fondo más hondo es algo mucho mayor: es el reencuentro trágico entre el mito, el poder y la historia. Lo que arde hoy en Medio Oriente no es solo un territorio disputado, ni únicamente una provocación militar. Arde la arquitectura moral de un sistema internacional que ya dejó de sostenerse por completo. Arde una región donde cada gesto es herencia, y cada bomba, una tesis. Arde, sobre todo, una forma de entender el mundo que fue impuesta durante décadas con la promesa de estabilidad, y que hoy se revela insuficiente, inservible, irremediablemente superada.

El choque entre Irán e Israel rebasa cualquier lectura reducida a lo militar. Representa el enfrentamiento de dos formas opuestas de concebir la permanencia. Irán se define como patria sagrada del chiismo, heredera de una civilización inscrita en la épica del sacrificio. Israel, reconstruido con urgencia sobre la memoria viva del exilio, la persecución y la aniquilación, se piensa a sí mismo como un milagro político que jamás puede bajar la guardia. Uno actúa por deber teológico, el otro por mandato existencial. Entre ambos no hay acuerdos posibles, porque ni siquiera habitan el mismo tiempo.

Durante años sostuvieron una guerra invisible. Silencios quirúrgicos. Ciberataques, sabotajes, asesinatos de científicos, financiamiento de milicias, ofensivas sin firma en suelo sirio o yemení. Pero la guerra en la sombra se convirtió en luz. El ataque israelí al consulado iraní en Damasco, territorio diplomático protegido, rompió un límite simbólico. Y la respuesta iraní, lanzando más de 300 drones y misiles hacia suelo israelí con firma pública y deliberada, mostró algo más que capacidad: mostró decisión. La etapa del cálculo frío ha sido reemplazada por la del mensaje brutal. Ya no se juega a lo posible, se grita lo inevitable.

Estados Unidos con Donald Trump desde que volvió a la presidencia con la promesa de restaurar la grandeza americana, ha descubierto que el mundo, se volvió más frágil. Trump ha reiterado su respaldo a Israel, pero también entiende que un conflicto regional sin freno podría arrastrar a su país a una guerra abierta que no quiere financiar ni explicar. En su doctrina de autopreservación estratégica, la prioridad no es intervenir, sino mantener una ventaja sin comprometerse de más. Apuesta por la disuasión sin diplomacia, por el músculo sin palabra. Pero Medio Oriente nunca ha respondido al guion de los estrategas externos.

China aprovecha el vacío para tejer su propia red de poder. Ha firmado acuerdos de largo plazo con Irán, ha mediado entre enemigos históricos como Riad y Teherán, y se posiciona como el actor que puede garantizar orden en lugar del caos. Rusia, por su parte, se fortalece con cada minuto que Occidente dedica a Oriente. Mientras más se dispersa la atención global, más espacio gana para continuar su ofensiva en Ucrania sin el mismo costo reputacional. Europa observa, condena, duda, lamenta, pero su influencia se ha disuelto como una tinta vieja en el agua.

Y mientras las potencias se reacomodan, los mercados tiemblan. El Estrecho de Ormuz, por donde transita una tercera parte del petróleo del mundo, se ha convertido en cuello de botella. Las aseguradoras navieras suben primas. Los precios del crudo reaccionan. Los flujos comerciales se alteran. El Brent se fortalece. El WTI se tensa. Cada misil en el Golfo Pérsico impacta en el precio del transporte, en la producción de alimentos, en la inflación mundial. Y lo que parece geopolítica se convierte en bolsillo.

México, aparentemente ajeno, vive dentro del mismo aire. El peso mexicano, una de las monedas más líquidas de los mercados emergentes, reacciona con precisión al miedo global. La inflación podría elevarse si el petróleo rebasa los 120 dólares por barril. El Banco de México enfrentará dilemas complejos: mantener tasas altas para proteger la estabilidad o buscar oxígeno para el crecimiento. La inversión extranjera podría postergarse ante la incertidumbre, mientras las cadenas globales de valor se reconfiguran con lógica defensiva. Además, si el conflicto escala, habrá consecuencias diplomáticas, cibernéticas, migratorias. México forma parte de la piel del mundo, incluso cuando algunos insistan en verse como espectadores.

Este momento exige una lectura más filosófica. Lo que colapsa no es solo un equilibrio geopolítico. Es una forma de entender la paz. Durante décadas se creyó que las instituciones multilaterales, los tratados, las líneas rojas, podían contener las pasiones del poder. Pero la historia no obedece normas abstractas. Cuando el orden se construye sin legitimidad compartida, se convierte en fachada. Irán actúa como quien lleva siglos esperando su turno. Israel responde como quien no puede permitirse otra herida. Ninguno se mueve por conveniencia: ambos lo hacen por mandato interior.

Lo que arde en Oriente Medio es también la posibilidad misma de imaginar un mundo gobernado por acuerdos racionales. La política se ha vuelto símbolo, emoción, historia encarnada. Ya no basta con persuadir: hay que comprender los mitos que organizan a las naciones, los miedos que las sostienen, las narrativas que las empujan hacia el abismo. Pensar que una guerra puede limitarse a su propio territorio es olvidar cómo respira el siglo XXI.

Quien no entienda el sentido profundo de este incendio, terminará respirando su humo. Porque el mundo dejó de dividirse entre quienes están en guerra y quienes están en paz. Hoy la verdadera línea es otra: entre quienes entienden lo que está ocurriendo… y quienes aún creen que se puede mirar hacia otro lado.

¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA lo permite.

Placeres culposos: Impresionante lo que está haciendo Indiana en la final de la NBA. También la final de la NHL está muy pareja y entretenida. Me encantó el nuevo disco de Van Morrison, la reedición de Re Load de Metallica y los Mixes of a Lost Word de The Cure.

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