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Navegando mar adentro

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Códigos de poder
David Vallejo

Nada me impresiona más que el espacio… y el océano.
Como buen tampiqueño, crecí con los pies en la arena y los ojos en las olas. De niño, me fascinaban los documentales de Jacques Cousteau, esa mezcla de ciencia, poesía y misterio que se sumergía en el azul profundo. Me gustaban todas las novelas y películas que tuvieran que ver con el mar: desde la épica de Moby Dick hasta los naufragios, los monstruos marinos, las ciudades perdidas. Todo eso —ficticio o no— estaba envuelto en un encanto más poderoso que cualquier galaxia: la certeza de que hay un mundo ahí mismo, frente a nosotros, que aún no conocemos.

Los océanos cubren el 71% del planeta, pero hemos explorado menos del 10% de su inmensidad. Es más: conocemos con más precisión la superficie de Marte que el fondo de nuestras propias aguas. Debajo de esa vasta capa azul se esconde un universo entero, vivo, respirando, misterioso. Si vertiéramos toda esa agua sobre la Tierra de forma uniforme, cubriría el planeta con una capa de casi 2.7 kilómetros de profundidad. Es decir: todos viviríamos bajo el agua.

La parte más profunda del océano se encuentra en la Fosa de las Marianas, con más de 10,984 metros de profundidad: allí abajo no hay luz, la presión es mil veces la atmosférica y, sin embargo, hay vida. Criaturas que brillan, se arrastran, cazan en silencio. Algunas, aún sin clasificar. Porque el 80% de las especies marinas aún no han sido descritas por la ciencia. En realidad, lo que no hemos descubierto en el océano es mucho más que lo que sí.

Y eso que el océano no es ajeno a nuestra existencia. Al contrario: genera entre el 50% y el 80% del oxígeno que respiramos, gracias al fitoplancton. Es decir, respiramos mar, aunque estemos en una montaña. También absorbe el 90% del calor generado por el cambio climático y el 25% del dióxido de carbono que emitimos. Sin él, la temperatura de la Tierra sería al menos 35 grados más alta. Es el amortiguador climático más poderoso que tenemos, y no lo tratamos como tal.

Desde el punto de vista económico, los océanos mueven el mundo. El 90% del comercio mundial viaja por mar. Y su “economía azul” (pesca, energía, turismo, transporte) genera más de 3 billones de dólares al año. Pero también están bajo amenaza: dos tercios de las zonas oceánicas muestran impacto humano severo, desde la pesca intensiva hasta la acidificación. Los microplásticos han llegado a la Fosa de las Marianas, y hay especies que nacen con contaminantes en la placenta. El océano nos sostiene, pero estamos empujándolo a un punto de no retorno.

Y aún así, sigue dándonos sorpresas. Hay ríos y lagos submarinos, como los del Golfo de México, con salmueras tan densas que fluyen como corrientes invisibles. Hay olas internas que pueden alcanzar los 170 metros, diez veces más que las olas de superficie. Hay más virus en el océano que estrellas en el universo observable: alrededor de 10³¹ partículas virales, muchas de ellas esenciales para el equilibrio de la vida. Hay barreras de coral vírgenes en Tahití, descubiertas apenas en 2023, a más de 30 metros de profundidad, con flores marinas que ningún humano había visto antes.

No me sorprende que en el Día Mundial de los Océanos, que se celebra el día de hoy de cada año, tenga como lema para el 2025, “Maravilla: sosteniendo lo que nos sostiene”. Porque eso es el océano: el origen de la vida, el corazón de la Tierra, el espejo líquido de lo que fuimos y quizás, lo que seremos. Los griegos lo intuían cuando decían que el agua es el principio de todas las cosas. Y Cousteau lo confirmaba cuando decía que amar el mar es amar la vida.

Si el espacio representa lo que aún podemos alcanzar, el océano representa lo que ya tenemos y no terminamos de comprender. Tal vez por eso, cada vez que lo veo, siento lo mismo que cuando observo una foto del universo: vértigo, admiración, y una humildad infinita. Porque allá arriba puede estar el futuro… pero aquí abajo sigue latiendo el misterio. Y nosotros, como niños frente al mar, apenas empezamos a comprenderlo. Y para cerrar, retomo una frase común de los jesuitas, te invito a “navegar mar adentro”.

¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA lo permite.

Placeres culposos: Moby Dick de Herman Melville y la película The life aquatic with Steve Zissou.

Playlist para la ocasión: Sittin on the dock of the bay de Ottis Redding; Yellow Submarine de The Beatles; Orinoco Flow de Enya; The Ocean, Led Zeppelin; Beyond the sea, Bobby Darin; Sailing, Christopher Cross; Saling, Rod Stewart; y Ocean ejes, Billy Eilish.

Un castillo de arena y una estrella de mar para Greis y Alo

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