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Alfredo Cuellar

José Mujica: El presidente de los humildes, el estadista de la conciencia

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EN SÍNTESIS

Cuando el mundo parece rendirse ante el cinismo, la codicia y la banalidad del poder, la figura de José Mujica emerge aún más grande. Su muerte, confirmada el 13 de mayo de 2025, a los 89 años, ha estremecido a América Latina y al mundo entero. No por inesperada —había anunciado en 2024 que padecía cáncer de esófago— sino por lo que representa su ausencia: el adiós a uno de los últimos grandes referentes morales de la política internacional.

Mujica, apodado “Pepe”, fue guerrillero, preso político, senador, ministro, presidente y campesino. Pero por encima de todo, fue coherente. Encarnó con radical dignidad la idea de que el poder no debe vivirse como privilegio, sino como servicio.

UN PRESIDENTE QUE VIVÍA COMO PREDICABA

Electo presidente de Uruguay en 2009 asumió en 2010 con 74 años. Desde el primer día anunció que donaría la mayor parte de su sueldo a programas de vivienda. Rechazó vivir en la residencia oficial y siguió habitando su modesta chacra a las afueras de Montevideo. Su vehículo oficial fue su icónico Volkswagen Escarabajo de 1987.

“No es pobre quien tiene poco, sino quien mucho desea”, solía decir, citando a Séneca. En una era de presidentes millonarios, populistas vanidosos y figuras cada vez más ligadas a escándalos, Mujica fue la excepción ética que confirma todas las reglas del desencanto.

LEGADO LEGISLATIVO Y SOCIAL

Durante su gobierno (2010–2015), Uruguay legalizó el matrimonio igualitario, despenalizó el aborto y se convirtió en el primer país del mundo en regular legalmente el mercado de la marihuana. Pero más allá de estas medidas, su legado está en el tono, en el ejemplo, en la pedagogía política que ejercía sin pretensiones.

Jamás se refugió en el resentimiento ni en la arrogancia. “La izquierda se equivoca cuando sustituye el dogma del mercado por el dogma del Estado”, afirmó en 2012. Su estilo era directo, filosófico, campesino y profundamente humano.

DE LA CÁRCEL A LA CONSTITUCIÓN

Como miembro del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, Mujica combatió a la dictadura en los años 60 y 70. Fue baleado seis veces y pasó casi 15 años en prisión, muchos de ellos en aislamiento. La dictadura cayó en 1985, y Mujica emergió no con ansias de venganza, sino con voluntad democrática.

Convirtió la lucha armada en movimiento político. Integró el Frente Amplio, fue elegido diputado y luego senador. Siempre con la misma camisa de cuadros, el mismo bigote y el mismo rechazo a la hipocresía.

UN ESTADISTA EN TIEMPOS DE MERCADERES

Hoy, cuando los narcoestados y la corrupción contaminan gobiernos en todo el continente, cuando líderes se venden al mejor postor o imponen narrativas de odio y miedo, el legado de Mujica adquiere un carácter heroico.

Fue un diplomático sin corbata que supo ganarse el respeto de presidentes, campesinos y académicos por igual. En foros internacionales, su humildad desarmaba a los poderosos. Su famoso discurso ante la ONU en 2013 sigue siendo una de las críticas más profundas al consumismo global.

HUMILDAD COMO PODER

Desde la perspectiva de la Micropolítica —la que estudia los gestos, los símbolos, el uso fino del poder— Mujica entendió que la coherencia moral también es una forma de autoridad. Su renuncia a los lujos, su lenguaje directo, su rechazo a la pompa eran estrategias de comunicación ética que lo convirtieron en una figura respetada globalmente.

No imponía: convencía. No gritaba: reflexionaba. No prometía: actuaba.

LA VOZ DE LOS SIN VOZ

Al confirmarse su muerte, las redes se inundaron de frases suyas. Una de las más compartidas: “La libertad no es hacer lo que uno quiere, sino tener tiempo para hacer lo que uno ama”. Mujica representó eso: un modo distinto de ejercer el poder. Uno que no necesita gritar para ser escuchado.

En tiempos donde la política parece sin alma, Mujica nos recuerda que la política también puede ser un acto de amor.

CONCLUSIÓN

Pepe Mujica ha muerto, pero no desaparece. Su imagen desaliñada, su Escarabajo celeste, su perra de tres patas llamada Manuela, sus campos de flores y su vida austera seguirán resonando en las conciencias de quienes aún creen que otro mundo es posible.

Cuando todo parece perdido, figuras como la suya nos devuelven la fe en la política como vocación y como esperanza.

Alfredo Cuéllar es escritor, analista internacional y creador de la disciplina Micropolítica: el ejercicio del poder. Ha sido profesor en diversas universidades de Estados Unidos y América Latina, incluyendo Harvard. Actualmente colabora como columnista y conferencista sobre temas de liderazgo, poder y geopolítica contemporánea.
Contacto: alfredocuellar@me.com

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