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La era de los chips

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Códigos de poder 

David Vallejo

Vivimos en una era en la que la geopolítica ya no se define por ejércitos ni por reservas de crudo, sino por algoritmos, materiales compuestos y átomos de silicio. La soberanía se mide en nanómetros y la influencia en teraflops. En el corazón de esta transformación están los semiconductores, la inteligencia artificial, la computación cuántica y las tecnologías avanzadas que determinan el poder económico y militar del siglo XXI. La competencia no es solo industrial: es civilizatoria. Estados Unidos, China, Japón, Corea del Sur, Taiwán y la Unión Europea lo comprenden. México empieza apenas a intuirlo.

En 1990, Estados Unidos fabricaba el 37% de los semiconductores del mundo. Hoy produce apenas el 12%. El vacío lo llenó Asia. Taiwán, con TSMC, produce el 92% de los chips más avanzados del planeta: los de menos de 5 nanómetros, que dan vida a supercomputadoras, inteligencia artificial, telecomunicaciones militares y automóviles inteligentes. Corea del Sur, con Samsung y SK Hynix, domina las memorias DRAM y NAND. Japón, que lideró esta industria en los ochenta, controla hoy más del 30% de los materiales químicos y equipos litográficos esenciales para fabricar chips. China, que en el año 2000 producía menos del 1% de los chips que consumía, hoy fabrica más del 16% de su demanda y se ha embarcado en una carrera sin retorno hacia la autosuficiencia tecnológica.

Estados Unidos reaccionó con velocidad y visión. El CHIPS and Science Act inyectó más de 52 mil millones de dólares para reindustrializar el sector. Intel construye megafábricas en Ohio y Arizona; TSMC comenzó la producción de chips de 4 nanómetros en suelo estadounidense; Samsung invertirá más de 17 mil millones de dólares en Texas. Además, se han impuesto controles estrictos a la exportación de chips de inteligencia artificial a China, con el fin de contener su capacidad militar y tecnológica. Pero nada de esto es sencillo. Fabricar un chip de 3 nanómetros requiere 1,500 pasos, 300 materiales distintos y una cadena de suministro global que opere sin errores ni retrasos. Estados Unidos no puede hacerlo solo. Necesita aliados.

China, por su parte, ha optado por la profundidad estratégica. El plan Made in China 2025 define con precisión los sectores a dominar: IA, robótica avanzada, biotecnología, vehículos eléctricos, telecomunicaciones y, por supuesto, semiconductores. Desde 2015 ha invertido más de 150 mil millones de dólares en su industria nacional, y ha creado el fondo estatal Big Fund para financiar todo el ecosistema: desde el diseño (Loongson, Phytium) hasta la manufactura (SMIC, Yangtze Memory). Huawei, pese a los bloqueos de Washington, presentó en 2023 su teléfono Mate 60 Pro con el chip Kirin 9000S, fabricado en suelo chino a 7 nanómetros. Además, China apuesta fuerte por IA generativa, con modelos como DeepSeek y ERNIE, que buscan competir con OpenAI. La autosuficiencia tecnológica dejó de ser una meta. Es una necesidad de Estado.

Japón, bajo el liderazgo del primer ministro Shigeru Ishiba desde octubre de 2024, ha reactivado su papel en esta carrera. Consciente de que la era digital exige soberanía industrial, ha invertido más de un billón de yenes en la reconstrucción de su base tecnológica. Rapidus, una empresa japonesa con apoyo de IBM, avanza en Hokkaido hacia la fabricación de chips de 2 nanómetros para 2027. Se han destinado fondos para I+D en computación cuántica, litografía avanzada y capacitación técnica. Japón también ha endurecido sus controles de exportación, alineándose con los estándares internacionales para restringir el envío de maquinaria clave a China. Ya no se trata de competir con Taiwán, sino de asegurar redundancia, seguridad y permanencia en la cadena global.

Europa también despertó. La European Chips Act busca duplicar la participación del continente en el mercado global, pasando del 10 al 20% hacia 2030. Se han movilizado 43 mil millones de euros, públicos y privados. Alemania atrae a Intel; Francia, a STMicroelectronics y GlobalFoundries; Italia, a Tower Semiconductor. En el centro de todo está ASML, la empresa neerlandesa que produce las únicas máquinas litográficas EUV del mundo. Sin sus equipos, ningún país puede fabricar chips de vanguardia. Europa entiende que la soberanía industrial pasa por proteger y expandir su joya tecnológica.

Y en este escenario se encuentra México. Hoy, nuestra participación en la exportación global de semiconductores es marginal, menor al 0.6%, centrada en pruebas, ensamblaje y empaque. Pero la oportunidad está sobre la mesa. Sonora ha sido identificado como territorio clave en el Plan Sonora, una estrategia para detonar infraestructura eléctrica y logística orientada a industrias avanzadas. Guadalajara, desde hace años, aloja operaciones de Intel y otras firmas que realizan diseño y validación. Otro esfuerzo relevante es Kutsari, una iniciativa del Estado mexicano por construir un ecosistema nacional de diseño de semiconductores.

El proyecto contempla un Centro Nacional con sedes en Puebla, Jalisco y Sonora, coordinado por el INAOE, el CINVESTAV, la UNAM y el IPN. Se trata de generar talento altamente capacitado, impulsar patentes mexicanas en microelectrónica, y ofrecer servicios de diseño de chips legacy, aquellos que aún usan los sectores automotriz, médico, energético e industrial. Se prevén reformas a la Ley de Propiedad Industrial para acelerar el registro de patentes, y un programa nacional de capacitación técnica para cubrir la demanda futura del sector.

México también firmó en 2024 un memorando con Estados Unidos para participar en el Fondo Internacional para la Seguridad e Innovación Tecnológica (ITSI), con 500 millones de dólares destinados a fortalecer capacidades en pruebas, ensamblaje, diseño y educación tecnológica. Es un reconocimiento a nuestra posición geográfica, a nuestra base manufacturera y, sobre todo, a la necesidad de diversificar la cadena de suministro fuera de Asia.

México tiene ante sí una oportunidad histórica. Pero esta vez no basta con instalar fábricas. La industria de semiconductores no se mueve por salarios bajos, sino por talento, precisión, confiabilidad y reglas claras. Se necesitan ingenieros, técnicos, centros de investigación, universidades alineadas, electricidad estable, seguridad jurídica y visión de Estado. La ventana está abierta, pero no por mucho tiempo. El siglo XXI será gobernado por quienes dominen el silicio y la inteligencia artificial.

¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA y otras tecnologías lo permiten. 

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