EN SÍNTESIS
“La micropolítica es la disciplina
que estudia el ejercicio del poder.
El poder es el motor constante que
enfrenta a los seres humanos
en sus cotidianas interacciones”.
EL ASCENSO INESPERADO
Jorge Mario Bergoglio, un jesuita argentino, humilde, disciplinado, con sensibilidad por los pobres y experiencia como administrador, fue elegido en 2013 tras la renuncia de Benedicto XVI, el primer papa en abdicar en seis siglos. El Vaticano estaba sumido en crisis financiera, escándalos sexuales y luchas internas. Los cardenales eligieron a Francisco por su reputación de gestor eficaz y su carácter independiente. Lo que pocos anticiparon fue que iniciaría una revolución tranquila pero contundente.
Le tocó ser jesuita en plena efervescencia de la Teología de la Liberación, un movimiento que buscaba poner a los pobres en el centro del mensaje cristiano, pero que fue visto con sospecha por el Vaticano por su cercanía a postulados marxistas. Bergoglio, con aguda inteligencia micropolítica, navegó esa crisis sin alinearse abiertamente con los sectores más radicales ni traicionar el espíritu de justicia social de su orden. Evitó ser censurado o expulsado, manteniendo una postura de cercanía al pueblo, pero de prudencia institucional.
UN PONTIFICADO DE CONFRONTACIONES
Francisco entendió desde el principio, a diferencia de muchos gobernantes de naciones, que no podría cambiar la doctrina central de la Iglesia de un plumazo. Su estrategia fue micropolítica: intervenir en las redes de poder, mover personas clave, reformar estructuras internas y, sobre todo, ejercer el poder del “timing” y del lenguaje simbólico.
– DEMOCIONES Y NOMBRAMIENTOS: Degradó a figuras conservadoras en puestos estratégicos y nombró a obispos de perfil más inclusivo.
– RITUALES DE PODER: Limitó la misa en latín, símbolo de los tradicionalistas.
– INCLUSIÓN ESTRATÉGICA: Permitió que se bendijeran parejas del mismo sexo, con el buen argumento: “toda persona debe ser bendecida” y que sus hijos fueran bautizados “porque todos merecen el bautismo”, en realidad esta iniciativa se inició desde el Vaticano II, quitando noblezas heredadas, el concepto de hijos bastardos, pero el gran mérito es que sin cambiar la postura oficial sobre el matrimonio gay, el Papa Francisco enfatizó en el concepto de que todos (incluyendo los gays) merecen la comprensión y la piedad cristiana. Cuando un periodista conservador lo acorraló con la pregunta: “¿Entonces, usted NO REPRUEBA la unión de dos personas del mismo sexo?”, su respuesta micropolítica fue simple y revolucionaria: “¿Quién soy yo para juzgarles?”.
– GOBIERNO AMPLIADO: Abrió asambleas episcopales a laicos y mujeres, algo impensable antes de su papado.
EL PODER DE LA HUMILDAD
Uno de los hilos conductores de su ejercicio micropolítico fue el uso constante y deliberado del Poder de la Humildad. Francisco no se presentó como un pontífice omnisciente ni autoritario, a pesar de como lo describían sus críticos. Rechazó los lujos del Vaticano, utilizó un anillo de hierro en vez de oro, y vivió en una sencilla residencia en lugar del Palacio Apostólico. Cocinaba para sí mismo y viajaba en autos modestos.
Esta actitud no era simple modestia: era una estrategia de poder. Al mostrarse vulnerable, cercano, dispuesto a escuchar, Francisco logró algo que pocos líderes religiosos han conseguido: conectar con los marginados. La iglesia tenía años perdiendo adeptos, su estrategia fue moverse a esas poblaciones en las fronteras ideológicas, o de otras religiones. Su humildad fue una forma de influir, de desarmar resistencias, y de abrir espacio para el cambio. El poder de la humildad le permitió hablarle al mundo sin levantar la voz, y provocar reformas sin necesidad de confrontación directa. Cuando te presentas humilde, el que te ataca es considerado arrogante y despiadado. Nadie como él nos enseñó esa estrategia micropolítica.
ENFRENTADO AL CORAZÓN DEL VATICANO
La Curía romana, ese enjambre de burocracias, finanzas opacas, alianzas transnacionales y cuna de teorías de conspiración fue el tablero donde Francisco jugó su partida. Introdujo reformas en el Banco Vaticano, combatiendo el lavado de dinero. Puso auditorías externas. Pero sus enemigos conservadores, muchos de ellos aliados del papa emérito Benedicto XVI, le hicieron una oposición constante. Desde columnas anónimas hasta filtraciones, Francisco fue atacado por romper con el modelo clericalista.
Nunca usó una estrategia frontal, siguiendo el viejo adagio micropolítico: “no luches batallas que puedas perder”. A cambio, su fuerza fue la constancia, la selección quirúrgica de batallas, y la paciencia. Supo que no podía ganar en todos los frentes, pero con cada gesto simbólico (visitar una cárcel, lavar los pies a migrantes, hablar de “Iglesia pobre para los pobres”) desplazaba el eje del debate.
SIN SUCESOR DESIGNADO
Como todo ser humano, estuvo alejado de la perfección. No hizo un equipo cercano para dejarlos bien situados para pelear por un sucesor. A diferencia de otros papas, Francisco no construyó un heredero visible. No hubo plan dinástico ni un “delfín” vaticano. Su legado será puesto a prueba en el próximo cónclave. La pregunta que ya recorre los pasillos de San Pedro es: ¿Continuará la Iglesia con la línea franciscana o retornará a los rigores doctrinales de antaño? La apuesta del que escribe es que no. Un conservador o un moderado le seguirá. Micropolíticamente el péndulo subió mucho hacia un lado, está por regresar. Hay mucho conservador resentido en la curia.
UN PONTIFICADO PARA LA HISTORIA
Francisco fue un papa micropolítico por excelencia. Cambió estructuras sin romperlas. Reformó sin proclamar revoluciones. Sedujo, incomodó y desplazó. Su uso del poder de la humildad es un manual para los estudiosos de la Micropolítica. Su legado no se mide solo en encíclicas o reformas canónicas, sino en la transformación del poder eclesiástico desde adentro. Fue, en muchos sentidos, el estratega que entendió que, incluso en la Iglesia, el poder no se impone: se ejerce en los pliegues del silencio, la paciencia, la humildad y el gesto calculado.