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Alfredo Cuellar

REPORTAJE ESPECIAL: Las predicciones para el 2026 del Dr. Cuéllar

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Por Alfredo Cuéllar

 

(Primera Parte)

 

“Las predicciones te dicen más

del pronosticador que del futuro.”

— Warren Buffett

Parte I – El Marco General

 

ESCENARIO DEL 2026:

Un mundo en reconfiguración acelerada

 

 

PRÓLOGO

Al cerrar el 2025 y asomarnos al 2026, se impone empezar con un ejercicio de humildad intelectual. Durante más de una década he venido ofreciendo a mis lectores un mapa anticipado del año por venir; a veces con aciertos que inquietan, otras con errores que delatan mis propias esperanzas, miedos y sesgos. En estas páginas no encontrarán bolas de cristal, sino el oficio de un profesor jubilado que sigue leyendo, hilando tendencias y, sobre todo, tratando de entender en qué tipo de mundo nos está tocando envejecer y a las nuevas generaciones aprender a vivir.

 

En los pronósticos del 2025 reconocí un error mayor: subestimé la capacidad del populismo, más bien el neopopulismo para reconquistar el poder en Estados Unidos. Trump no solo regresó, sino que lo hizo montado en una ola de desencanto, desinformación y caquistocracia: el gobierno de los menos capacitados. No me equivoqué en advertir los riesgos, pero sí en la fuerza de la tracción emocional que su figura conserva en un electorado cansado, polarizado y que es una tendencia que recorre el mundo entero. Mis lectores ya saben que aquí no se escribe para complacer, sino para intentar nombrar lo que muchos prefieren callar.

 

También he venido insistiendo, año tras año, en dos grandes hilos rojos que ahora se cruzan sin pudor: el deterioro de las instituciones democráticas y la aceleración tecnológica sin precedentes. El 2026 será recordado, si todavía hay historiadores en el futuro, como uno de esos años claves o de ruptura en que la velocidad de los cambios superó la capacidad de la política para encauzarlos. Mientras la nueva administración en Washington se dedica a desmontar contrapesos, recortar regulaciones y gobernar a golpe de resentimiento, la Inteligencia Artificial entra en una fase que ya no es solo herramienta, sino actor central del juego económico, cultural y hasta bélico.

 

En mi libro de Micropolítica he llamado a esto el Singularity Timeline: no tanto una fecha mágica en que las máquinas “despiertan”, sino un periodo histórico en el que la combinación de poder computacional, modelos de IA y concentración económica genera una asimetría radical entre quienes controlan estas capacidades y quienes apenas las entienden. El 2026 no es el final de esa línea, pero sí un punto de inflexión: la humanidad empieza a descubrir que no solo compite contra otras naciones o ideologías, sino contra sistemas algorítmicos que aprenden más rápido que nuestros congresos, nuestros sindicatos y nuestras burocracias.

 

En este contexto, hacer predicciones se vuelve una actividad casi subversiva. Pronosticar no es ya anticipar si subirá o bajará la bolsa, o quién ganará una elección o un campeonato deportivo. Es, más bien, tratar de descifrar los terremotos silenciosos que se están gestando bajo la superficie: la disminución de las clases medias, la normalización de la mentira política, la sofisticación del crimen transnacional, la educación rezagada ante la tecnología, el clima que deja de ser tema de cumbre diplomática para convertirse en realidad cotidiana de incendios, inundaciones y migraciones masivas.

 

Como en años anteriores, estos pronósticos no buscan aterrorizar ni consolarnos: buscan ponerle nombre a lo que estamos viendo y a lo que muchos prefieren no mirar. Habrá quien considere exagerados algunos de estos escenarios; otros me escribirán diciendo que me quedé corto. A ambos les respondo lo mismo: que ojalá me equivoque en lo negativo y acierte en lo poco luminoso que aún podemos anticipar. Mi único compromiso es con la honradez intelectual y con los lectores que, desde hace años, me leen para pensar, discutir y, a veces, enojarse.

 

Estas predicciones están divididas en tres rubros: Las predicciones para el mundo, para algunas naciones y para algunos rubros de gran interés, incluyendo tratar de anticipar quién ganará el campeonato colegial de futbol americano y la Copa del Mundo en soccer. No son predicciones aisladas, sino un solo diagnóstico integral desplegado por campos distintos, atravesado por las mismas fuerzas estructurales.

 

Aclarado lo anterior, abro este ciclo con una afirmación que recorrerá todas las páginas que siguen:

 

El 2026 se inaugura bajo la aceleración simultánea de dos fuerzas históricas:

  1. la reconfiguración geopolítica provocada por el segundo triunfo de Donald Trump, y
  2. el salto exponencial tecnológico que aproxima a la humanidad a lo que he denominado la Singularity Timeline, un periodo en el que la velocidad del cambio supera la capacidad humana de gobernarlo.

Ambas fuerzas —política y tecnológica— avanzan sin coordinación y, en muchos casos, en abierta contradicción. A diferencia de otros momentos de transición mundial, el 2026 no ofrece una arquitectura estable ni principios ordenadores claros. Predomina, más bien, un vacío normativo en el que las decisiones de unos pocos actores —Estados, corporaciones tecnológicas, bloques informales y liderazgos carismáticos— generan efectos globales inmediatos.

En Estados Unidos, la recomposición del poder federal provoca un rediseño abrupto de políticas migratorias, comerciales y diplomáticas. Las estructuras burocráticas tradicionales se ven desplazadas por mecanismos ejecutivos de alto impacto y corta deliberación, mientras agencias y departamentos experimentan reducciones, fusiones o reorientaciones sustanciales. Esto introduce una lógica transaccional en la política exterior, basada menos en alianzas históricas y más en la búsqueda de ventajas inmediatas. La consecuencia es un entorno internacional volátil en el que los compromisos se renegocian continuamente.

En Europa, la cohesión interna se debilita. Los gobiernos enfrentan presiones simultáneas: crisis energéticas recurrentes, tensiones migratorias sin precedente y un creciente escepticismo hacia el proyecto comunitario. La imposibilidad de articular una política exterior común coherente deja al continente en una posición de dependencia estratégica frente a Washington y vulnerabilidad ante Moscú y Pekín.

Por su parte, China continúa su expansión económica y tecnológica, pero con una cautela nueva. El liderazgo chino reconoce que la confrontación directa con Estados Unidos puede resultar costosa, por lo que opta por consolidar influencia en Asia, África y América Latina mediante inversiones, acuerdos bilaterales y arquitectura digital propia. El 2026 es un año de paciencia estratégica para China, pero también de consolidación silenciosa.  China no ha reemplazado a Estados Unidos. Pero ya no es inferior.

En América Latina, la región se encuentra fragmentada. Gobiernos debilitados, economías presionadas por la inflación y conflictos internos se intensifican mientras Estados Unidos adopta una política hemisférica de menos cooperación. México, en particular, experimenta tensiones con Washington en temas de seguridad, migración y regulación de comercio, al tiempo que su política interna refleja la presión combinada del crimen organizado, la polarización política y la expectativa internacional por su posición frente a la nueva arquitectura global.

El sistema económico mundial ingresa a una fase de desaceleración diferenciada. Sectores enteros se ven reconfigurados por la automatización acelerada, la consolidación oligopólica de las big tech y la transición energética inconclusa. El empleo formal se reduce en múltiples países mientras crecen economías informales altamente dependientes de plataformas digitales. La desigualdad tecnológica —que separa a quienes dominan las herramientas de IA de quienes quedan excluidos— se convierte en la nueva línea divisoria global.

Finalmente, el ámbito sociocultural muestra signos de fatiga. Las sociedades experimentan ansiedad colectiva ante la velocidad del cambio, lo que incrementa la polarización, el repliegue de las identidades que tenemos y la desconfianza institucional. Las redes sociales amplifican emociones negativas, mientras los algoritmos —cada vez más autónomos— moldean percepciones, consumos y decisiones públicas sin supervisión efectiva.

En síntesis, el 2026 se presenta como un año en el que convergen incertidumbre, concentración de poder, fragilidad institucional y aceleración tecnológica. No existe un centro único de orden; existen múltiples polos de influencia en competencia. Y en este escenario convulso, comprender la Micropolítica del poder —sus maniobras, sus silencios, sus tiempos y sus formas invisibles— se vuelve indispensable para interpretar los acontecimientos que definirán el porvenir inmediato.

 

PREDICCIÓN GLOBAL · 2026

El 2026 será el primer año en que una mayoría de ciudadanos en el mundo perciba —aunque no siempre sepa explicarlo— que el verdadero poder ya no reside solo en presidentes, partidos o ejércitos, sino en la combinación de tres factores:

·      gobiernos polarizados,

·      corporaciones tecnológicas,

·      sistemas de Inteligencia Artificial que rebasan la capacidad de la política tradicional para regularlos.

Estos tres actores no gobiernan formalmente el mundo, pero sí funcionan como los nuevos poderes determinantes del mundo contemporáneo.

En las siguientes secciones descenderemos de este panorama general a los escenarios concretos: Estados Unidos y el experimento Trump II, Rusia y Ucrania, China, Europa, México, América Latina.

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PARTE II EE.UU. La República en Tensión

Estados Unidos entra al 2026 con la respiración contenida. El segundo triunfo de Donald Trump no solo reconfigura al gobierno federal: redefine la cultura política del país y somete a prueba la estabilidad institucional de la democracia más poderosa del mundo. La tensión no es un estado excepcional, sino la atmósfera cotidiana: un país que avanza mientras observa, de reojo, el comportamiento de sus propias instituciones.

 

Desde el inicio del nuevo mandato, la Casa Blanca ejerce el poder con un sentido de urgencia que bordea la extralimitación. Cada decreto, cada nombramiento y cada decisión presupuestal operan bajo una lógica de golpe de efecto: máxima visibilidad, mínima deliberación. La política se mueve ahora como una sucesión de maniobras ofensivas que buscan sorprender, desconcertar o desplazar a adversarios internos y externos. Este estilo produce resultados inmediatos, pero también genera resistencias profundas que no siempre se expresan públicamente.

 

En las agencias federales, la reorganización administrativa —lo que en círculos internos se conoce como el “nuevo diseño del poder”— provoca incertidumbre y parálisis. Miles de funcionarios han sido despedidos o han renunciado, los que quedan experimentan un repliegue silencioso, una forma de resistencia pasiva en la que se posponen decisiones, se retrasan trámites y se multiplican los canales informales de coordinación. Quien domina la Micropolítica sabe que los silencios de la burocracia pueden tener más fuerza que sus declaraciones.

 

Mientras tanto, los estados se convierten en mini repúblicas en disputa. Gobernadores demócratas fortalecen su autonomía mediante demandas, órdenes ejecutivas y barreras administrativas que buscan limitar el alcance del gobierno federal. Gobernadores republicanos, por su parte, traducen rápidamente las señales de Washington en cambios legislativos que consolidan una agenda conservadora acelerada. El resultado es un país fracturado: territorios donde Trump gobierna sin contrapesos y territorios donde su influencia se suspende mediante contrafuegos legales.

 

El terreno más explosivo sigue siendo la migración. Las redadas masivas, las deportaciones aceleradas y la criminalización ampliada de la estancia irregular producen un clima de miedo en comunidades enteras. Sectores agrícolas, hoteleros y restauranteros —dependientes de mano de obra migrante— comienzan a resentir la escasez de trabajadores, lo que genera presiones económicas reales, incluso entre empresarios que históricamente apoyaron al Partido Republicano. Esta es la paradoja micropolítica del momento: la estrategia que fortalece políticamente al gobierno erosiona simultáneamente la base económica que lo respalda.

 

En el terreno de la opinión pública, la polarización alcanza niveles inéditos. Plataformas digitales amplifican discursos incendiarios y refuerzan identidades políticas que ya no se comunican entre sí. El país deja de ser un espacio de debate para convertirse en un mosaico de comunidades informativas aisladas. Aquí la Micropolítica actúa de manera implacable: basta una narrativa bien colocada —aunque sea falsa— para inclinar decisiones de millones. El poder real ya no descansa solo en instituciones, sino en percepciones cuidadosamente manipuladas.

Al mismo tiempo, algo más profundo ocurre bajo la superficie: el Partido Republicano deja de girar alrededor de la figura de Trump para estructurarse en torno a un conjunto de principios duros —nacionalismo económico, escepticismo hacia las instituciones globales, uso agresivo del poder estatal y movilización mediante agravios culturales— que seguirán operando aun cuando el propio Trump abandone el escenario. El trumpismo deja de ser persona y se convierte en infraestructura.

 

PREDICCIÓN PARA ESTADOS UNIDOS · 2026

·      El 2026 no será recordado como un año de corrección electoral, sino como el momento en que Estados Unidos confirmó su nuevo diseño político: dos sistemas parcialmente incompatibles operando bajo la misma bandera.

 

·      Aunque el desgaste del estilo Trump será real —fatiga social, tensiones económicas sectoriales, deterioro administrativo— ese desgaste no se traducirá mecánicamente en un triunfo demócrata. El error consiste en pensar que la política estadounidense sigue funcionando bajo las lógicas del siglo XX. Ya no es así.

 

Tres factores estructurales lo explican:

1. El trumpismo deja de ser persona y se convierte en infraestructura.

Aun con desgaste presidencial, el Partido Republicano entra a 2026 consolidado en cuatro pilares: nacionalismo económico, desconfianza de instituciones globales, uso agresivo del poder estatal y movilización basada en agravios culturales. Incluso candidatos republicanos moderados operarán dentro de este marco. El trumpismo ya no se vota: se administra.

2. Los estados deciden más que Washington.

3. El país se fractura en dos arquitecturas normativas: estados azules con legislación progresista (aborto, clima, IA, derechos digitales); y estados rojos con legislación restrictiva y punitiva.

·      Temas como la regulación de IA, los derechos reproductivos, la educación, la vivienda, la policía y la política climática estarán definidos más por gobernadores y fiscales estatales que por el Congreso. El 2026 marca el inicio de un federalismo divergente, no cooperativo.

 

·      El mapa electoral favorece estructuralmente al Partido Republicano.

 

·      Aunque los demócratas puedan obtener más votos en el agregado nacional, los republicanos seguirán convirtiendo menos votos en más poder gracias a la sobrerrepresentación rural, la eficiencia de voto, la redistribución de distritos protegida judicialmente y la participación diferencial. El resultado será: una Cámara de Representantes muy disputada, fuerte presencia republicana en legislaturas estatales, alta probabilidad de conservar gubernaturas clave, y un país donde el mapa del poder se aleja del mapa del voto.

 

 

·      El 2026 confirmará que la política estadounidense ya no gira alrededor del presidente, sino de dos modelos de país coexistiendo sin reconciliación posible. La narrativa dominante no será quién ganó, sino quién controla los estados donde se decide la vida cotidiana. Trump gobernará un país que ya no es uno. Y la oposición enfrentará el dilema más difícil: ganar más votos sin ganar más poder.

 

·      En este contexto, entender la Micropolítica no es un lujo intelectual: es la herramienta indispensable para anticipar cómo se moverá el poder en los pliegues de una República que, aunque sigue de pie, vive su momento de mayor inestabilidad interna en décadas.

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PARTE III — GEOPOLÍTICA MUNDIAL:

Del orden liberal al orden transaccional

El 2026 marca el ocaso definitivo del orden liberal internacional que rigió desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. En su lugar emerge un orden transaccional, donde los países ya no se alinean por valores, ideologías o compromisos multilaterales, sino por conveniencias inmediatas, cálculos tácticos y beneficios de corto plazo. La diplomacia se desvanece y la negociación dura se convierte en la norma. Las alianzas se vuelven reversibles y los liderazgos volátiles; el poder, es ahora un ejercicio abiertamente visible.

El segundo triunfo de Donald Trump acelera esta transformación. Estados Unidos deja de presentarse como arquitecto del sistema internacional y actúa como un actor autónomo: premia, castiga, intimida y negocia según la urgencia del momento. Nunca había sido tan evidente que la Micropolítica internacional —los movimientos pequeños, los silencios calculados, las señales ambiguas— domina el comportamiento de las potencias.

 

Europa: un continente que reacciona, pero ya no define

Europa inicia el 2026 fragmentada. Alemania enfrenta presiones económicas y un electorado desgastado; Francia vive tensiones sociales profundas; Europa del Este observa con pragmatismo, temerosa de Rusia, pero recelosa de la inconsistencia estadounidense. La Unión Europea conserva capacidad moral, pero ha perdido capacidad de influencia. Reacciona, pero ya no determina.

 

Rusia: la potencia disruptiva pero indispensable

Rusia continúa la guerra en Ucrania, pero al mismo tiempo reconfigura su papel global. Moscú actúa como un pivote geoestratégico entre Europa y Asia, con control energético sobre el continente europeo, influencia militar en el Cáucaso y Asia Central, y una creciente alianza estratégica con China.

En este nuevo orden, su aislamiento formal se convierte en ventaja: opera sin restricciones diplomáticas, aplicando una Micropolítica agresiva basada en desinformación, espionaje, presión energética y maniobra táctica. No es una potencia debilitada, sino una potencia mutada, peligrosa por su flexibilidad y su disposición a romper reglas que otros aún fingen respetar.

 

China: el avance silencioso y constante

China no busca el choque frontal con Estados Unidos; busca el vacío que deja. Mientras Occidente enfrenta polarización interna, Beijing avanza en silencio: consolida infraestructura en Asia, África y América Latina, firma acuerdos militares selectivos y desarrolla tecnologías críticas que definirán la economía global. Su estrategia es micropolítica en esencia: moverse sin ruido, ocupar espacios descuidados y presentarse —cuando conviene— como alternativa al caos occidental.

 

Medio Oriente: la herida ética del nuevo desorden

La región es un mosaico de tensiones: Turquía juega a varias bandas; Arabia Saudita negocia con todos; Irán amplía su influencia. Pero el punto más crítico es Israel.

La ofensiva prolongada sobre Palestina —bloqueos a alimentos y medicinas, destrucción sistemática de infraestructura civil, desplazamientos masivos y uso desproporcionado de la fuerza— ha provocado un desencanto moral global sin precedentes. Salvo Estados Unidos y unos pocos aliados, el mundo observa con indignación lo que muchos califican como un proceso de expulsión y aniquilación.

Israel no enfrenta únicamente un conflicto militar: enfrenta el colapso de su legitimidad internacional. Cuando Netanyahu deje el poder —y cuando Trump ya no pueda ofrecerle protección política— el país encarará aislamiento diplomático, investigaciones internacionales y un reacomodo estratégico profundo.

Medio Oriente ya no es el laboratorio del nuevo orden: es su acusación ética.

 

África: el tablero central de la competencia del siglo XXI

África concentra minerales clave para la tecnología, rutas marítimas críticas y la población más joven del planeta. China, Rusia, Turquía, Irán, Francia y Estados Unidos compiten por infraestructura, influencia política y acceso militar.

El continente deja de ser periférico: se convierte en el lugar donde se juega el futuro de la economía digital y energética, pero también en uno de los espacios más vulnerables por la fragilidad institucional de muchos de sus Estados.

 

América Latina: fragmentada, vulnerable, decisiva

América Latina inicia el 2026 sin liderazgo, sin proyecto común y sometida a presiones externas crecientes.

Brasil está inmerso en conflictos internos; México navega tensiones complejas con Estados Unidos; Centroamérica enfrenta una emergencia migratoria sin precedentes; Sudamérica oscila entre gobiernos débiles y sociedades crispadas. La región no define el nuevo orden global, pero sí padece sus consecuencias.

 

Venezuela: el epicentro hemisférico del desenlace

Venezuela se convierte en el punto más explosivo del hemisferio. La política estadounidense hacia el país —combinación de sanciones ampliadas, ataques navales, presiones diplomáticas y una narrativa militarizada— ha generado alarma internacional y la percepción de una intervención escalonada.

Contrario a lo esperado, estas acciones no debilitan a Maduro: lo fortalecen. El régimen aprovecha el nacionalismo y profundiza alianzas con Rusia, China e Irán.

El país se acerca a un punto irreversible: o claudica en una transición forzada, o enfrentará una intervención estadounidense directa o encubierta.

Trump no ha construido la narrativa de “derrocar al narco-régimen” para dejar a Maduro en el poder. Desde la Micropolítica del liderazgo, necesita un triunfo visible. Venezuela será presentado como ese triunfo.

No habrá acuerdo. Habrá desenlace.

 

PREDICCIÓN GEOPOLÍTICA GLOBAL · 2026

Predicción Geopolítica Global 2026

El 2026 estará marcado por:

• alianzas frágiles,

• diplomacia impredecible,

• competencia sin árbitros,

• expansión silenciosa de China,

• Rusia como potencia estratégica,

• la guerra Rusia–Ucrania sin paz formal, pero con fronteras modificadas: Rusia consolida control permanente sobre Donetsk, Lugansk, Crimea y el corredor terrestre hacia el Mar de Azov; Ucrania acepta de facto un alto el fuego sin recuperar esos territorios,

• aislamiento moral de Israel,

• desenlace inevitable en Venezuela con cambio de Maduro,

• fragmentación latinoamericana,

• Estados Unidos ejerciendo un liderazgo abiertamente transaccional.

·      El mundo no se encamina a una nueva estabilidad. Se encamina a una competencia permanente, donde la Micropolítica sustituye al orden tradicional y donde los silencios pesan más que los tratados.

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