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E NVIDIA

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Códigos de poder
David Vallejo

A veces imagino cómo sería si esta historia ocurriera en México. Un grupo de amigos del Politécnico que, después de clases, se sientan en una mesa de La Casa de Toño a hablar de circuitos, de videojuegos, de ideas que parecen imposibles. O unas amigas del ITESM campus Monterrey reunidas para cenar en El Arbolito de la Avenida del Estado, soñando entre piratas, refresco y cuadernos abiertos. Una servilleta manchada de salsa podría ser el punto de partida de una idea capaz de cambiar el rumbo del planeta.

Eso mismo pasó en 1993, pero no en México, sino en un Denny’s de San José, California. Tres ingenieros (Jensen Huang, Chris Malachowsky y Curtis Priem) se reunieron una noche cualquiera para imaginar un chip que hiciera pensar a las computadoras en gráficos, no en números. En esa mesa nacía NVIDIA. Nadie en el restaurante lo sospechaba, pero de esa charla casual surgiría la empresa que impulsaría la inteligencia artificial, la robótica, los autos autónomos y los supercómputos que hoy entrenan modelos de lenguaje. Huang regresó años después a ese mismo Denny’s y colocó una placa conmemorativa, como quien vuelve al origen de una epifanía.

México necesitaría algo parecido para que esa escena pudiera ocurrir aquí. Capital paciente que entienda que las ideas grandes se cultivan en años no en meses. Energía confiable, redes rápidas, universidades conectadas con la industria y un Estado que premie el riesgo y la innovación. Un ecosistema donde los emprendedores puedan equivocarse sin miedo, aprender y seguir intentando. Si todo eso existiera, quizá la próxima historia global nacería en la mesa de un restaurante jóvenes que no se rinden.

NVIDIA comenzó diseñando procesadores gráficos para videojuegos y terminó construyendo la infraestructura del siglo XXI. Jensen Huang conserva cerca del cuatro por ciento de la compañía, pero su influencia rebasa cualquier cifra, ya que el define la visión de una empresa que hoy vale alrededor de 4.5 billones de dólares y mantiene más de 56 mil millones en efectivo. Su arquitectura Blackwell, una joya de ingeniería con 208 mil millones de transistores, impulsa supercomputadoras capaces de entrenar modelos con billones de parámetros. Cada nuevo chip lleva nombres de científicos y artistas, como si el silicio también pudiera rendir homenaje a la imaginación.

Desde 2006, con la creación de CUDA, NVIDIA abrió el camino para que millones de investigadores programaran directamente sobre sus GPUs. Esa comunidad de desarrolladores se volvió su verdadero poder. Miles de aplicaciones científicas, médicas y financieras dependen hoy de sus chips. Con Omniverse, la empresa simula fábricas, ciudades y mundos digitales. Con DRIVE impulsa vehículos autónomos. Con la línea Isaac enseña a los robots a moverse, observar y decidir.

Las grandes nubes (Microsoft, Amazon, Google, Oracle) construyen su futuro con los procesadores de NVIDIA y, al mismo tiempo, desarrollan sus propios chips para reducir la dependencia. Esa competencia marca el pulso tecnológico de la década. Los desafíos son tan vastos como sus logros. La producción depende de TSMC y del empaquetado avanzado en Asia, un cuello de botella geopolítico. Las regulaciones estadounidenses restringen la venta de los aceleradores más potentes a ciertos países. Europa vigila sus acuerdos por posible concentración de mercado. Y la demanda eléctrica de los centros de datos crece a un ritmo que inquieta a las agencias energéticas. Huang responde que cada generación mejora la eficiencia, pero el reto trasciende la ingeniería y esta en lo ambiental, político y ético.

NVIDIA encarna la historia de una idea llevada al límite. De un dibujo en una servilleta en un Denny’s a una empresa que sostiene la inteligencia artificial del mundo. Su fuerza surge de la mezcla entre visión, riesgo y paciencia. En México, una historia así aún espera su escenario, sus cómplices y su noche luminosa en una cafetería cualquiera. Tal vez surja un día en La Casa de Toño, en El Arbolito, el Bola de Oro, o las Gorditas de la Corona, entre risas, cansancio y el presentimiento de que algo grande acaba de comenzar. Se vale soñar.

¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA y la esperanza lo permiten.

Placeres culposos: All is love and Pain in the Mouse Parade de Of Monsters and Men.

Dhalias para Greis y Alo.

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